Revista Ecos de Asia

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This article was written on 17 Oct 2019, and is filled under Historia y Pensamiento.

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Relatos de la Guerra de Corea – Segunda Parte

Mujeres lloran mientras escuchan al presidente surcoreano Syngman Rhee durante un homenaje a las víctimas de la Guerra de Corea en 1953 / Rarehistoricalphotos.com/U.S. Navy / AP / Korean Central News Agency

En el anterior artículo se presentó la situación de la península coreana al principio de la Guerra de Corea y se revisó el primero de los tres grandes temas que se tratarán en total en esta serie de escritos, es decir, “el conflicto ideológico”. Con la ayuda de algunos textos de autores coreanos que narran el conflicto y sus efectos, pudimos observar la sensación de gran confusión existente entre la población a la hora de “decidir” el bando al que apoyar, sobre todo teniendo en cuenta los profundos cambios que la península coreana había experimentado en pocos años, entre los cuales hay que destacar la descolonización japonesa, la división del territorio en dos partes, y la creación de dos regímenes completamente distintos sino opuestos en cada una de ellas. Para poder tener una imagen más completa de lo que la Guerra de Corea significó para el pueblo coreano, en este segundo artículo seguiremos reflexionando sobre este conflicto a través de los otros dos argumentos de “la lucha entre hermanos” y “muerte y desolación, el amor y la esperanza”.

 La lucha entre hermanos

Reconstrucción moderna de la batalla de Chuncheon de 1950 / Ilpost.it/Chung Sung-Jun— Getty Images

Una guerra fratricida es uno de los conflictos más sangrientos y dolorosos que puede haber. Así lo señala Hwang:

Por esta guerra el pueblo llegó a saber una verdad: los coreanos son más crueles con sus propios hermanos. Era muy común que, en vez de tratar a los capturados como rehenes de guerra, después de un breve e inmediato juicio los fusilaran.[1]

No obstante, estos horrores no ocurrían únicamente entre soldados y militares, sino que podían verse también en aquellas poblaciones que cayeron varias veces en manos de uno u otro bando. Park nos relata el continuo ambiente de sospecha que se venía a crear entre los vecinos con la llegada de un nuevo ejército, así como las denuncias que llenaban las cárceles con los que se creía eran disidentes del régimen establecido. Sobre este punto, la autora hace una interesante reflexión al contar lo que supuso para las personas de su barrio la llegada de las tropas de la ONU y el reconocimiento internacional de Corea. Según ella, mientras por un lado se hacía alarde de la libertad obtenida y se celebraba el patriotismo coreano, por el otro la guerra entre hermanos siguió a través de denuncias contra presuntos comunistas, insultos y amenazas a las familias de estos, y ejecuciones sin que se celebrara ningún juicio.

La ironía detrás de la extrema violencia de este conflicto fratricida era que muchos no podían encontrarle motivo o sentido alguno. Lee cuenta un episodio muy significativo en el que se vio capturado por el ejército del Sur y tuvo que encontrase frente a frente con un militar de la República de Corea. Durante el interrogatorio el militar le dirige las siguientes palabras:

Si hago todo esto comentó vagamente es porque me lo han ordenado. A veces me pregunto: ¿Por qué hacemos esto? No comprendo. ¿Por qué nos peleamos entre coreanos? Todo me parece irracional, una total locura, estúpida y absurda.[2]

Aquí se demuestra la gran confusión de los coreanos durante el conflicto, en el cual muchos ni siquiera entendían el motivo por el que debían luchar contra su propia gente.

Junto con la sensación de confusión, en este episodio Lee también nos muestra que incluso en guerra todavía existía la capacidad entre las personas de saber reconocerse como “coreanos” y no como simples fichas posicionadas en lados opuestos de un tablero. El interrogado describe al interrogador surcoreano positivamente, reconociendo en él rasgos que le recuerdan el espíritu de su pueblo y describiéndolo como “firme e independiente”, “neutral”, “hijo del pueblo coreano, cuyo corazón perseverante delataba a una buena persona”.10 El protagonista siente envidia hacia la integridad del militar surcoreano y compara su neutralidad con el lavado de cerebro que durante años había tenido que vivir en el Norte.

Aún más sutil y conmovedora es la manera en que en el breve relato Cranes los dos protagonistas vuelven a encontrar sus raíces recordando su infancia y su amistad, lo que lleva a Song Sam a dejar escapar a su amigo Tok Chae. Tras la discusión verbal y la rabia de Song Sam hacia su amigo de infancia que caracterizan de manera importante esta corta narración, lo único que queda y que importa entre los dos son aquellas memorias del tiempo pasado juntos mientras capturaban grullas. La amistad al final se revela un sentimiento más fuerte que el conflicto que han sido obligados a vivir.

Como podemos ver, la lucha entre hermanos durante la Guerra de Corea se describe, no solo como de una violencia inaudita, sino que se representa generalmente como algo sin fundamento, algo confuso y que ocurre sin motivos claros. Nuestros autores, a través de sus narraciones, evidencian continuamente esta sensación, y el hecho de que ellos mismos o sus personajes se dan cuenta de la irracionalidad del conflicto fratricida, les sirve como base para reconocer que todavía existe humanidad en aquel hermano que, por meras razones de ideología y de bando, debían considerar como enemigo.

La muerte y la desolación, el amor y la esperanza

Una sonrisa traviesa de un niño coreano en 1952 / Cortesía de Fred Dustin— The Korea Times Online

Una característica importante de los autores elegidos es que tienen la capacidad de revelar el lado más oscuro de la Guerra de Corea, pero también el gran don de presentarnos increíbles momentos de optimismo y fuerza para seguir adelante, y, sobre todo, para seguir amando. De esta manera, sentimientos y realidades impregnadas de muerte y desolación se alternan a momentos llenos de esperanza y de ganas de vivir. Un ejemplo se puede encontrar en el fragmento del libro de Park, en el que presenciamos la impactante descripción de la manera en la que la guerra aniquilaba los sentimientos, reflejándose en las funciones del cuerpo:

Durante esa época […] nunca experimenté un sentimiento especial hacia ninguno de los dirigentes de los jóvenes comunistas o hacia los otros alumnos […]. Con “un sentimiento especial”, quiero decir amor. No sé por qué sentía que ese sentimiento se había secado en mí. Dicho de otra manera, la realidad era que me sentía en el colmo de la desolación.
En el curso de la guerra se me detuvo la regla, algo que también les ocurrió a otras chicas. Se atribuía a la mala nutrición; sin duda, cierto, pero que yo creía que era el efecto de una suerte de neutralización psicológica que a todas nos afectaba
.[3]

Sin embargo, la misma autora termina su narración demostrando una gran confianza en que de los horrores que había tenido que vivir habría sacado la fuerza para seguir, y lo habría hecho a través del relato escrito. Ese fue el pensamiento clave que le dio la fuerza suficiente para liberarla del miedo y continuar hacia delante.

La alternancia entre muerte y esperanza también es recurrente en Los árboles en la cuesta, sobre todo en el personaje de Tongjo. Este es un joven soldado surcoreano que ha sido mandado al frente y a menudo, en medio del clima de muerte de la guerra, se sienta a pensar en su amada Sugui y en los últimos momentos que pasaron juntos antes de que él ingresara en el ejército. Cabe destacar la increíble destreza con la que se representan los recuerdos del amor puro que el joven soldado pudo sentir por su chica, gracias a la delicada descripción de las caricias, los besos y la forma en que los dos se reían como niños en su última noche juntos. Este sentimiento tan hermoso también consigue trascender la devastación del conflicto a través de las cartas que ella le manda con regularidad. No obstante, para Tongjo ni siquiera este sentimiento pudo salvarle de la experiencia de la guerra, y a lo largo de la narración degenera hasta acabar con su vida.

Lee también relata la esperanza en guerra, mezclando su firme convicción en que no va a morir después de ser capturado por las tropas surcoreanas con un atisbo de locura en una situación en la que parece que la única salida va a ser la muerte. En este episodio, él y los otros prisioneros son llevados a un cine y se les dice que van a tener que esperar ahí durante toda la noche. El autor narra la extraña sensación que tuvo en aquel momento, ya que, aunque estaba rodeado de ametralladoras que apuntaban desde lo alto a los soldados norcoreanos capturados, él se sentía cómodo porque tenía la certeza de que su vida no se iba a acabar ese día. De acuerdo con su convicción, pudo ser liberado y empezar una nueva vida en el Sur. Cómo él dice: “[…] me detuve a pensar, con calma, en el presentimiento, increíblemente optimista, que había tenido en el cine de Kosung y que fue el preludio de mi liberación”.[4]

El hecho de que la desolación y la esperanza puedan parecer dos sentimientos opuestos es una verdad que pierde sus fundamentos en la escritura de nuestros autores, quienes mezclan continuamente las dos esferas mostrándonos hábilmente la complejidad del ser humano ante la necesidad de hacer frente a los horrores del conflicto militar. Incluso en los momentos más oscuros, los personajes y los escritores que cuentan sus experiencias se intentan aferrar a cualquier atisbo de confianza en que habrá un mañana, que si bien no saben si será mejor o peor, por lo menos les permitirá seguir con vida. Sin embargo, a veces, sentimientos positivos como el amor no son suficientes para personajes como Tongjo, quien acaba quitándose la vida.

[1] Hwang, Sun Won. Los árboles en la cuesta. México D.F., Solar Editores, 2008, p. 29.

[2] Lee, Ho Chul. Los del sur, los del norte: una novela sobre la Guerra de Corea. Madrid, Editorial Verbum, 2007, p. 138.

[3] Park, Wan Seo. Memorias de una niña de la guerra. Madrid, Editorial Verbum, 2007, p. 197.

[4] Lee, Ho Chul. Los del sur, los del norte: una novela sobre la Guerra de Corea. Madrid, Editorial Verbum, 2007, p. 189.

avatar Laura Andrés Serpi (3 Posts)

Licenciada en Estudios Internacionales en la Korea University de Seúl, Corea del Sur, y Máster en Estudios de Asia Oriental en la Universidad de Salamanca, especializada en Relaciones Internacionales de Asia Oriental y en Estudios Coreanos.


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