Revista Ecos de Asia

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This article was written on 24 Mar 2016, and is filled under Cine y TV.

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Rock the Kasbah (2016): falsas alcazabas, falsos ídolos americanos y la falsa nueva democracia afgana.

Cuando tras la Revolución Cultural el Ayatollah Jomeini prohibió la música extranjera en Irán, se produjeron protestas en todo el mundo. Probablemente, una de las más memorables llegó en forma de canción unos años más tarde, cuando en 1982 la banda británica The Clash sacó el sencillo Rock the Casbah, una sátira de tono pseudo-árabe (y nada iraní)[1] sobre un rey que prohíbe el rock en su reino y cuyo pueblo se revela, y que fue acompañada por un vídeo que mezclaba personajes de Próximo Oriente con pozos petrolíferos texanos y un armadillo. La canción de The Clash, que siempre había sido de las bandas más politizadas -hacia la izquierda, por si hacía falta aclarar- dentro del nihilista punk del 77, fue malinterpretada en numerosas ocasiones, pero especialmente cuando fue usada por soldados norteamericanos para lanzar bombas durante la Primera Guerra del Golfo, cosa que rompió el corazón a sus creadores.

Algo parecido le está sucediendo a la casi homónima película Rock the Kasbah (2016), que toma su nombre, y que, por el momento, ha cosechado bastantes críticas negativas. Protagonizada por un elenco estelar (un Bill Murray, Kate Hudson, Bruce Willis y Zooey Deschanel en papeles esencialmente autoparódicos, junto a la palestina Leem Lubany), los primeros trailers sugerían que se trataba de otra alocada comedia de rockeros desfasados y envejecidos,[2] ambientada en un escenario surrealista e improbable (Afganistán), pero, en realidad, este argumento no es más que una excusa para presentarnos una triste, aunque esperanzadora, historia sobre la situación de la mujer en el Afganistán reciente. Y, como muchas otras, esta tiene buena parte de real.

Así, conoceremos a Richie Lanz (Murray), un representante musical venido a menos, que consigue embarcar a su última y poco prometedora estrella Ronnie (Deschanel) en una suerte de gira patriótica por Afganistán, a la manera de las que hicieran en su momento Marilyn Monroe en Corea o, en tono más patrio, las Olé Olé en la Guerra del Golfo.

Ronnie (Deschanel) viaja a Afganistán a su pesar

Ronnie (Deschanel) viaja a Afganistán a su pesar

Nada más llegar a Kabul se encontrarán con una situación de emergencia, ante la que Ronnie, asustada por el panorama, huirá con el dinero y la documentación de Lanz, dejándole a su suerte en un país que todavía está en guerra, junto a una prostituta que trabaja tanto para soldados americanos como para señores de la guerra (Hudson), mercenarios con más o menos escrúpulos (Willis) y un taxista local pastún (Arian Moayed) como únicos acompañantes. Desesperado por recuperar el dinero suficiente para poder volver a casa, Lanz traficará con municiones para una pequeña aldea pastún que intenta plantar cara a los herederos de los talibán que todavía controlan la zona. En una inesperada visita a la aldea, escuchará una voz casi celestial cantando en inglés proveniente de una cueva en la que una joven ve la televisión a escondidas, y se decidirá a convertir a su propietaria en la nueva estrella de Afganistán, a partir del programa Afghan Star, versión local de la exitosa franquicia The Voice, que reúne cada semana a millones de personas delante de sus televisores y que ofrece un jugosos primer premio. Tan solo hay un problema: los pastunes consideran indecente que una mujer cante o baile, y mucho más que lo haga en televisión. Y como ellos (que son apenas una de las muchas etnias que coexisten en el país) opina buena parte del país; no olvidemos que, durante los años finales del gobierno talibán, entre 1996 y 2001, toda manifestación musical estuvo prohibida.

Lanz en el pueblo pastún, improvisando un Smoke on the water local.

Lanz en el pueblo pastún, improvisando un Smoke on the water local.

Cuando, esperanzada por poder compartir su don, la joven Salima (Lubany) huya de la aldea en el maletero de Lanz, ya no habrá vuelta atrás y empezarán los problemas para todos: Lanz y Salima comenzarán a estar perseguidos y amenazados de muerte y el único sitio posible en el que alojar a una mujer soltera resultará ser la caravana de la prostituta Merci. Ni siquiera será fácil el colocar a una mujer dentro de las actuaciones del programa, a pesar de la calidad de su voz y del papel conciliador de su presentador, Daoud Sediqi.

”¿Valor? Hay más amenazas de muerte que cantantes en este show”- le espeta Sediqi a Lanz. Finalmente, el equipo del programa permitirá cantar a Salima, convirtiéndose en la primera vez que una mujer afgana cante -en inglés- en la televisión nacional. “Lleva el hijab. No bailes. Ni te muevas. O te matarán” – le dice uno de los ayudantes antes de salir a escena. Entre el temor, la admiración y el odio, Salima canta entre la compunción y la sonrisa, vestida con un enorme hijab rojo y sin apenas moverse, Wild World de Cat Stevens -el más famoso de los músicos occidentales en haberse convertido al Islam, lo que parece que atenúa la “ofensa”-. Desde ese momento, todo se complica a partir de situaciones más desagradables que cómicas y que, en realidad, mucho tienen que ver con el escenario dejado por los Estados Unidos tras la “eliminación” del gobierno talibán en la región.

Lanz y Salima antes de su primera actuación

Lanz y Salima antes de su primera actuación

¿Surrealista? En realidad, bastante poco y comedida si tenemos en cuenta la historia que inspira la película. Afghan Star es, por supuesto, un programa real, que ha llegado a reunir habitualmente delante del televisor a once millones de personas en un país de treinta y cinco millones de habitantes en el que buena parte de la población no tiene aún instalación eléctrica,[3] y que ha revitalizado, de una vez por todas, la música popular afgana tras el levantamiento de la prohibición. A lo largo de sus trece ediciones, y a pesar de sus más que modestos premios, ha lanzado a decenas de artistas al estrellato, y su sistema de votación anónima y vía sms ha demostrado que la opinión popular poco tiene que ver con la de los clérigos afganos, que condenan unánimemente el programa. Pero Afghan Star pasó también a la Historia por emitir a la primera mujer afgana bailando, y a cabeza descubierta, de la televisión nacional.

En marzo de 2008, dos mujeres afganas de perfiles muy diferentes lograron llegar a la semifinal del programa. En la que fue su última actuación en Afghan Star, Setara Hussainzada, de 25 años y originaria de Herat, aficionada a la música de Bollywood y al maquillaje cargado, decidió atreverse a bailar y a dejar caer su hijab: por primera vez en la historia de la televisión afgana, una mujer bailaba (y con el cabello descubierto). Sabiendo lo que conllevaría, el presentador de la emisión Daoud Sediqi, decidió seguir adelante con el programa. Tras su actuación, Setara, que se definía como liberal y que quería ser un ejemplo para las jóvenes afganas, recibió amenazas de muerte y tuvo que dejar su apartamento.

Setara Hussainzada y Lima Sahar en sus actuaciones más célebres

Setara Hussainzada y Lima Sahar en sus actuaciones más célebres

Igualmente sorprendente resulta el caso de Lima Sahar, que quedó tercera en el concurso. Con apenas 19 años y originaria de Kandahar -la zona en la que los talibán tuvieron una mayor influencia- nunca había salido de su casa sin burka cuando se presentó a los castings. Ataviada con hiyabs de fiesta y cantando clásicos folklóricos pastunes logró llegar a la tercera posición, la mejor conseguida, hasta el momento, por una mujer en el concurso.

Poster del documental Afghan Star.

Poster del documental Afghan Star.

Desde su aparición, pero especialmente desde la participación de Hussainzada y Sahar, los líderes religiosos condenaron el programa y los estudios, sus estrellas y sus trabajadores, han sufrido numerosas protestas, amenazas e incluso atentados, por considerar que sus acciones atentan contra la cultura nacional y contra la Fe islámica. En 2009, el premiado documental Afghan Star, dirigido por Havana Marking, se ocupó del fenómeno, reuniendo las impresiones de los cuatro finalistas de la tercera edición, Hameed Sakhizada, Setara Hussainzada, Rafi Naabzada y Lima Sahar, además de su presentador, Daoud Sediqi, que aparecía para hablar sobre el impacto y el poder de la música en el Afganistán post-talibán.

Menos sorprendente resulta el final de Rock the Kasbah, aparentemente feliz pero abierto e incierto, al más puro estilo Hollywood. Ataviada con un firaq partug de gala y relucientemente peinada, Salima canta Peace Train de Cat Stevens:

Porque en el límite de la oscuridad, viaja un tren de la paz

Oh, tren de la paz, toma este país, llévame a casa otra vez

Últimamente he estado sonriendo, pensando sobre las cosas buenas que están por llegar

Y creo que podría ser, que algo bueno podría empezar

Salima en la escena final del filme

Salima en la escena final del filme

Seguramente, Rock the Kasbah no se trate de una buena película, pero son los defectos que se le han achacado los que precisamente se convierten en sus mayores -y quizás únicas- virtudes. Por una parte, aparece un retrato cínico sobre la situación de las mujeres -extranjeras y no- en un Afganistán post-bélico que dista mucho de ser el país supuestamente liberado que los Estados Unidos pretenden promocionar; por otro lado, su propuesta a medio camino entre la comedia del absurdo y el cine de denuncia social es chocante pero llevadera, y quizás sirva a los aficionados a la primera para toparse con un inesperado baño de realidad. Calificarla de machista es, en nuestra opinión, querer matar al mensajero y culpabilizarla de una realidad que es mucho más desagradable de la que se muestra en una película que, además, pretende ser una comedia. Su único problema, más allá de la falta de ritmo del guión ya comentada, quizás sea el tratamiento paternalista de la situación medio-oriental, tan habitual en las producciones norteamericanas.

Al final todo se trata de los eternos problemas en las Áreas Tribales.

Al final todo se trata de los eternos problemas en las Áreas Tribales.

Ni Sahar ni Hussainzada necesitaron ayuda americana para destacar por encima de dos mil aspirantes y convertirse en grandes estrellas, aunque desgraciadamente el apoyo local no les evitó la exclusión ni las amenazas constantes a su vida y a su seguridad. Un segundo documental, Silencing the song: and Afghan fallen star, dirigido también por Havana Marking, recoge las consecuencias del éxito: Setara Hussainzada dejó su carrera musical para casarse y llevar una vida tradicional, asustada por las amenazas de muerte, y ni siquiera así puede salir sola de casa. Hasta la familia de su marido ignora la verdad, pues la consideran una deshonra. Tras estar a punto de morir al alumbrar a su primer hijo, médicos coinciden en opinar que las complicaciones del parto se deben a su pasado. Por su parte, Lima Sahar también declara arrepentirse de las decisiones tomadas y de cómo han afectado a su vida y a la de su familia: tuvo que mudarse varias veces de casa en Kandahar tras recibir numerosas amenazas de muerte, y finalmente se exilió en casa de un pariente en Peshawar (Pakistán), pero tampoco ahí se sentía segura y pidió asilo en Estados Unidos. El entonces presentador de Afghan Star, Daoud Sediqi nunca volvió de la promoción del documental en Estados Unidos y también recibió asilo político. Farida Tarana, concursante que quedó octava en la edición de 2007, también se exilió temporalmente tras protagonizar un video sin hijab.[4]

Apenas unos años más tarde, la situación de la mujer en las pantallas afganas ha cambiado considerablemente,[5] siendo muchas las que se atreven a bailar -con y sin hijab– en los numerosos programas-espectáculo que han ido apareciendo y generalizándose, produciéndose de este modo, una pequeña y pacífica, pero nada silenciosa, revolución. Y es que algunas murallas, como las de la bíblica Jericó, solo se pueden derribar con música.

Para saber más:

  • Ficha de la película en Filmaffinity y en IMDB.

  • Tráiler de la película en YouTube: 

 


 

Notas:

[1] Debemos mencionar que no existen alcazabas (casbah) en Irán, ni tampoco en Afganistán, como tiene a bien recordar el personaje de la hija de Bill Murray a su desubicado padre en la película.

[2] Género que, a pesar de las críticas negativas, nunca parece pasar de moda, como atestiguan películas como Siempre locos (1998) Un lugar donde quedarse (2011), Ricki (2015) o Eddie Reynolds y los Ángeles de Acero (2015).

[3] Esto es, una cantidad de espectadores similar a la que tuvo la final de la primera edición de Operación Triunfo en España, pero en un país con una población un 25% menor y con un acceso mucho menos generalizado a la tecnología.

[4] “Woes of Afghan stardom include death threats”, Al Arabiya News, 28 de marzo de 2009. Disponible aquí.

[5] Aunque la película no tiene una ubicación temporal demasiado concreta (no hay, por ejemplo, un alarde de demostración tecnológica que permita ubicarla con exactitud), creemos que sitúa su escenario unos años atrás, en torno a 2005-2008, con las antiguas prohibiciones de los talibanes mucho más vigentes y sin el peso y la importancia de generaciones ya criadas fuera de su órbita.

avatar Marisa Peiró Márquez (145 Posts)

Marisa Peiró Márquez (marisapeiro@ecosdeasia.com) es Doctora en Historia del Arte por la Universidad de Zaragoza. En esta misma universidad se licenció en Historia del Arte y realizó el Máster en Estudios Avanzados de Historia del Arte, así como el Diploma de Especialización en Estudios Japoneses. Se especializa en el Arte y la Cultura Audiovisual de la primera mitad del s. XX, y en las relaciones artísticas interculturales, especialmente entre Asia y América Latina (fue becaria del Gobierno de México), con especial interés en el Sudeste Asiático y en Oceanía.


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