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This article was written on 25 May 2017, and is filled under Cine y TV, Crítica.

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Crítica: Maravillosa familia de Tokio (2016)

El señor Hirata disfruta de su jubilación jugando al golf y bebiendo alcohol con sus amigos. Un buen día llega a la casa en la que vive con su esposa, dos de sus hijos, su nuera y sus nietos después de haber pasado el día entregado a sí mismo y descubre que era el cumpleaños de su mujer. Para compensarla, decide hacerle un regalo, lo que ella quiera, así que ella le dice que será muy barato, mientras le saca unos papeles. Se trata de un formulario de divorcio en el que solo falta la firma de él, lo cual supondrá una auténtica debacle en el delicado equilibrio familiar.

Maravillosa familia de Tokio es una comedia del director Yoji Yamada, en la que vuelve a aproximarse a la familia Hirata, que ya había protagonizado Una familia de Tokio (2013). Esta película, a su vez, constituía un remake del clásico de Yasujirô Ozu Cuentos de Tokio (1953). Yamada construye un universo propio, a partir de la película de Ozu, que se enriquece mediante los guiños y referencias metacinematográficas en las que las historias interactúan entre ellas. Así pues, uno de los diálogos más icónicos de la obra de Ozu se reproduce (televisor mediante) en un momento clave de la historia, en el que el mensaje recitado se aplica también a la narración, consiguiendo un efecto que es, ante todo, un homenaje a la manera de Ozu de construir sus historias. Del mismo modo, el final de la película viene dado por el final de la reproducción de Cuentos de Tokio, de manera literal. La palabra “Fin” dibujada sobre fondo negro en la cinta de Ozu se convierte en la cartela que anuncia el final de la película, incluyéndose después un breve epílogo que entronca con los títulos de crédito. Aunque la urdimbre de referencias se centra en estas obras, no falta tampoco un guiño a otra de sus películas más recientes, La casa del tejado rojo (2014).

Cartel de la primera película de Tora-san, ¡Es duro ser un hombre!

Yamada se mueve con maestría en el género cómico, algo perfectamente lógico si tenemos en cuenta que en el intervalo entre 1969 y 1995 su carrera estuvo ligada a la saga cinematográfica Tora-san, llegando a realizar cuarenta y ocho películas. Esta serie contaba las aventuras y desventuras de Tora-san, un hombre soltero que recorría Japón enamorándose y siendo rechazado. Estas comedias gozaban de gran éxito popular, hasta el punto en que convirtieron al personaje prácticamente en un icono cultural, y solo dejaron de producirse películas tras el fallecimiento del actor que encarnaba al protagonista.

Con estos antecedentes, Yamada se desliga del tono solemne de Ozu para dar rienda suelta a una comedia de enredo mucho más alocada, que por momentos no deja descanso al espectador. Los malentendidos se suceden a un ritmo cada vez mayor, dando lugar a situaciones hilarantes en las que muchas veces el director juega con la previsión y la anticipación: busca de manera consciente que el espectador anticipe determinados giros precisamente para captar su atención por completo y así conseguir la mayor hilaridad. Además, Yamada, sobradamente curtido en la comedia, utiliza una serie de recursos adicionales dirigidos a obtener precisamente el resultado más cómico de todos los posibles. Así, frecuentemente, mientras el personaje que protagoniza la escena aparece en primer plano, generalmente en una situación dramática, en segundo plano y de forma anecdótica se está produciendo algún tipo de acción cómica, en la mayoría de las ocasiones basada en el slapstick o humor físico. De este modo, se contrastan las emociones y Yamada consigue que prevalezca el tono cómico por encima del drama, incluso en los momentos en los que la acción es eminentemente dramática.

Pero, más allá de su capacidad para hacer reír, Yamada logra construir una historia tierna en torno a una familia, los Hirata, marcada por los contrastes y las personalidades extremas. Aunque los personajes, especialmente los hermanos, son caricaturescos y parodian determinados arquetipos sociales, están construidos de forma que su humanidad se antepone a los rasgos exagerados, de forma que, a pesar de todo, resulta muy sencillo empatizar con sus dramas cotidianos.

Todos estos elementos hacen de Maravillosa familia de Tokio una película que, ante todo, deja un buen sabor de boca. Partiendo de la idiosincrasia japonesa, desarrolla una historia universal y atemporal sobre las relaciones familiares, capaz de hacer reflexionar más allá de la risa y de hacer reír más allá de la reflexión. Como diría el señor Hirata, “y punto”.

avatar Carolina Plou Anadón (272 Posts)

Historiadora del Arte, japonóloga, prepara una tesis doctoral sobre fotografía japonesa. Autora del libro “Bajo los cerezos en flor. 50 películas para conocer Japón”.


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