Revista Ecos de Asia

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This article was written on 06 Mar 2019, and is filled under Historia y Pensamiento, Varia.

Crónica del Programa MIRAI 2018: Ciencias y Tecnología – Parte II

En el artículo anterior se inició el reportaje del Programa MIRAI 2018 con la descripción de las visitas hechas a diversas empresas del ámbito de las ciencias y las tecnologías. Si la parte del viaje relacionada con el Japón técnico tuvo como protagonista la ciudad de Tokio, la parte cultural de esta experiencia, aunque también empezó en la capital nipona, se desarrolló principalmente en la prefectura de Hiroshima.

Actividades culturales

La primera actividad cultural consistió en escuchar una charla en el Ministerio de Asuntos Exteriores (Ministery of Foreign Affairs abreviado como MOFA) en Tokio, lugar de difícil acceso para la población civil si no se forma parte de este intercambio. Hasta el momento se trata de una actividad común a todas las ediciones del Programa MIRAI, aunque el contenido del discurso varía ajustándose a los intereses del grupo visitante. Nuestro conferenciante fue Kobayashi Toshiaki, director de la División Internacional de Cooperación Científica, sustituyendo al ponente original (que no había podido asistir debido a otros compromisos), Kishi Teruo, Consejero de Ciencia y Tecnología del MOFA y profesor emérito de la Universidad de Tokio. La charla profundizaba en el concepto de la diplomacia científica, donde se apuesta por la cooperación internacional para afrontar la resolución de problemas científicos y tecnológicos, lo que a su vez tiene el efecto de mejorar las relaciones internacionales entre los países participantes.

El resto de experiencias culturales se desarrollaron en la ciudad de Hiroshima y sus alrededores, empezando con la visita al Jardín Shukkeien, jardín panorámico construido en 1620 con motivo del ascenso de Asano Nagaakira al rango de daimyô (“señor feudal”) del Clan Hiroshima. Su artífice fue Ueda Sôko, vasallo principal y famoso maestro de la ceremonia del té, para que fuera el jardín de la villa de su señor. Fue donado por la familia Asano a la ciudad de Hiroshima en 1940, y se le catalogó como lugar de gran belleza escénica el doce de julio del mismo año. Por desgracia, en agosto de 1945 el jardín fue arrasado por la bomba atómica junto con el resto de la ciudad. El Consejo de Educación de la Prefectura de Hiroshima inició la restauración, tanto de la vegetación como de las construcciones asociadas, para restituirlo a su antigua gloria cuatro años después, y aunque el jardín volvió a abrir sus puertas a los visitantes en 1951, los trabajos no se completaron hasta 1976.

Su nombre podría traducirse como “paisaje reducido”, y tradicionalmente, se dice que el panorama que miniaturiza es el Xihu o Lago Oeste de la ciudad de Hangzhou, en China. Dada su tipología, la manera ideal de visitarlo es recorriendo el sendero que rodea el lago central del recinto, lo que nos permitirá deleitarnos con las diversas atracciones con las que cuenta el jardín. Entre las más destacadas se incluyen la casa del té Seifûkan, un monte Fuji en miniatura o el Kokôkyô, el puente del centro del lago, cuya reconstrucción tras la caída de la bomba atómica fue hecha por un famoso carpintero de Kioto sin seguir los planos originales, lo que otorga un toque de originalidad a la construcción. Además, la variedad de árboles que pueblan este vergel garantiza una experiencia diferente dependiendo de la estación en la que se visite: en invierno florecen los ciruelos, en primavera y verano los cerezos y melocotoneros, mientras que en otoño el jardín se tiñe de tonalidades doradas.

Durante nuestra visita en el marco del Programa MIRAI pudimos explorar libremente el jardín, lo que permitió que cada uno de los participantes pudiera detenerse en aquellos puntos que más llamaran su atención, a lo que hay que añadir que tuvimos la suerte de que ese día nevara en Hiroshima, lo que añadió un toque mágico al paseo.

Imágenes del Jardín Shukkeien tomadas durante el Programa MIRAI 2018.

Nuestra siguiente parada fue el Parque Conmemorativo de la Paz, completado en 1954 en memoria a las víctimas de la tragedia nuclear y diseñado por Kenzô Tange, famoso arquitecto japonés responsable, entre otros proyectos, de las torres del Gobierno Metropolitano de Tokio. Fue un recorrido impactante debido a la gravedad del suceso que conmemora, donde los aceros desnudos de la Cúpula de la Bomba Atómica evocan las dimensiones de la destrucción sufrida por la ciudad el 6 de agosto de 1945. Tras presentar nuestros respetos tocando la Campana de la Paz, llegamos al Monumento a la Paz de los Niños en memoria a Sadako Sasaki, víctima de la bomba atómica que intentó doblar mil grullas de origami. Otras partes del paseo, sin embargo, resultan menos descorazonadoras, como puede ser la exposición adyacente de miles grullas de papel hechas por gente de todo el mundo en señal de apoyo y paz. Este conjunto se alza como una reivindicación por una sociedad más pacífica libre de la amenaza nuclear, y nos recuerda que la ciudad de Hiroshima no sólo es un testimonio de las barbaridades cometidas durante la guerra, sino que también es prueba viva de la fortaleza de la que pueden hacer gala las personas en las situaciones más adversas, capaces de recordar su pasado, pero mirando a la vez hacia un futuro mejor.

Luego fuimos al Museo Memorial de la Paz para escuchar el testimonio de una hibakusha, o superviviente de la bomba atómica, cuyo emotivo discurso en primera persona no dejó indiferente a ninguno de nosotros. Aunque es cierto que los libros y documentales dan una visión más completa del suceso, el relato de una testigo directa aproxima la catástrofe a los oyentes, dotando al episodio de una dimensión humana que difícilmente puede conseguirse por otros medios. La narración fue complementada con una visita a la exposición principal del museo, disponible a pesar de que gran parte del edificio estaba en obras por renovaciones.

Monumentos del Parque Conmemorativo de la Paz visitados durante el Programa MIRAI 2018: la Cúpula de la Bomba Atómica (izquierda) y el Monumento a la Paz de los Niños (centro). Foto grupal de los participantes con la hibakusha (derecha).

La siguiente visita fue a Miyajima, isla a diez minutos en ferry del puerto de la ciudad de Hiroshima. En la antigüedad se pensaba que la propia isla era un dios, por lo que no estaba permitido que nadie viviera allí, y menos que se construyera en los terrenos. Por ello se tomó la decisión de levantar un torii[1] en la playa, para marcar el punto de entrada a este lugar sagrado. Hoy día, sin embargo, hay más de dos mil personas viviendo en el área y se ha convertido en uno de los lugares turísticos más visitados y queridos por lo extranjeros, incluyendo los propios participantes del Programa MIRAI.

Cuando llegamos a Miyajima la primera parada fue el torii junto al mar. Cuando es marea alta, da la sensación de que la construcción está flotando en el agua, pero dado que fuimos cuando era el momento de marea baja pudimos ver la estructura completa en todo su esplendor. Otro punto de visita obligatorio era el Santuario de Itsukushima, el más importante de todos los que pueden encontrarse en la isla, ya que cuenta con un gran número de pagodas, templos y santuarios de diversos estilos y tamaños. Aunque el edificio principal se dice que fue construido por Saeki Kuramoto en el año 593, el templo como lo vemos hoy día, de estilo palaciego y lacado en color rojo, fue obra del señor feudal Taira no Kiyomori en el siglo XII. Fue construido con la esperanza de que protegiera Japón de los desastres naturales y, especialmente, a la Familia Imperial. Después se nos proporcionó un mapa para que pudiéramos recorrer la isla, que no es solo famosa por sus templos sino también por sus espléndidos paisajes y exuberante naturaleza, donde queremos destacar el encantador sendero paralelo a la playa flanqueado por linternas de piedra que lleva al pequeño Santuario de Kiyomori o el bellísimo camino de montaña que conduce hasta una de las dos pagodas visibles desde cualquier punto de la isla.

Participantes del Programa MIRAI 2018 frente al torii en la playa (izquierda), vistas del Santuario de Itsukushima (arriba derecha) y distintos paisajes que pudimos contemplar en nuestros paseos (abajo derecha).

La última actividad cultural planificada para el viaje fueron los talleres realizados en la Hiroshima Homestay Association, empezando por el dedicado a la ceremonia del té presidido por una maestra de este arte y sus alumnas. Dado que esta costumbre japonesa consta de distintas fases y puede alargarse durante varias horas, para el taller se eligió que formáramos parte de una de las últimas etapas, la degustación de matcha suave en cuencos individuales. Aunque, como su nombre indica, este tipo de té verde se caracteriza por tener un sabor menos amargo en comparación con otras variedades, para preparar el paladar de los convidados se repartieron previamente unos dulces llamados kohaku cuyo nombre (es la palabra japonesa para “ámbar”) describe perfectamente la apariencia de joya de este tipo de gelatina. La ceremonia se desarrolló en un ambiente solemne pero distendido, y se nos permitió contemplar los exquisitos chawan que contenían el té, relajarnos de la postura de seiza[2] y hacer preguntas sobre la etiqueta a seguir en esta y en otras fases de esta práctica.

Otro de los talleres estuvo dedicado al arte del origami una actividad que, como ya se ha comentado, tiene especial significado para la ciudad de Hiroshima. La figura para crear a partir de papeles de colores, en este caso, fue una peonza, un origami de relativa dificultad para neófitos en esta disciplina. Las pacientes instrucciones de los profesores, sin embargo, permitieron que la mayor parte de los participantes fuéramos capaces de llevar el reto a buen puerto, e incluso que sobrara tiempo a los más avanzados para doblar un shuriken o estrella ninja. Como colofón nos regalaron una preciosa pareja de grullas de origami formando un corazón plegadas por los propios miembros de la asociación.

El último taller estuvo dedicado a la caligrafía, una de las artes más refinadas y valoradas de entre las practicadas en Japón y China, donde se escribe con el pincel o fude utilizando sumi, un tipo de tinta negra fabricada mezclando polvo de carbón con agua. El maestro calígrafo elegía una serie de kanji[3] cuya lectura coincidía con las sílabas de nuestro nombre y, tras darnos la plantilla escrita por él, los participantes intentábamos transcribir dichos símbolos de acuerdo con las instrucciones del maestro. Resultó una experiencia del máximo interés donde aprendimos que existe un mundo de diferencia entre saber escribir y saber caligrafiar.

Los participantes del Programa MIRAI 2018 durante la ceremonia del té (izquierda), doblando origami (centro) y escribiendo caligrafía (derecha).

Tal y como se ha visto en este artículo la inmersión cultural es uno de los puntos clave del Programa MIRAI, incluso en aquellas ediciones centradas en la parte más moderna del país nipón como fue el caso de este quinto grupo de “Ciencias y Tecnología”. En el siguiente artículo se acabará esta crónica dedicándonos a otros aspectos más transversales del programa, pero no por ello de menor interés, como puede ser la gastronomía y las actividades realizadas durante el tiempo libre.

[1] Estructura de entrada a los recintos sagrados de la religión sintoísta. Suelen estar pintadas de color rojo y el material más utilizado es la madera.

[2] Manera formal de sentarse utilizada por los japoneses consistente en arrodillarse en el suelo doblando las piernas debajo de los muslos y descansando los glúteos en los talones.

[3] Traducido como “símbolo chino”, son los caracteres japoneses adaptados de la lengua china que, en oposición a las letras que representan sonidos, representan conceptos.

avatar Claudia Bonillo (77 Posts)

Graduada en Ingeniería Informática con mención en Computación (2016, Unizar), Diploma de Especialización en Estudios Japoneses (2017, Unizar) y Máster de Estudios Avanzados en Historia del Arte (2018, Unizar), actualmente es doctoranda del área de Asia Oriental en el Departamento de Historia del Arte de la Universidad de Zaragoza especializada en la transmisión de la historia medieval japonesa, periodo Sengoku (1467/1477-1603), a través de la cultura popular nipona (videojuegos, manga y anime). En el año 2020 ganó la Beca del Gobierno Japonés (MEXT/ Monbukagakushô) para Graduados Españoles para poder hacer una estancia de investigación en la Universidad de Kioto.


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