Revista Ecos de Asia

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This article was written on 17 Jun 2015, and is filled under Historia y Pensamiento.

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¿De dónde sale el pacifismo japonés? II

Casi la mitad de Tokio se construyó sobre basura compactada y prensada, territorio ganado al mar. He ahí la metáfora del pacifismo institucional japonés: toda su base se cimienta en basura.

Como pudimos avistar en la anterior entrega del artículo, el Japón reciente es un país que no se caracteriza por haber conseguido ningún logro político o social gracias a la lucha y la movilización popular, sino que recibió siempre sus avances por parte de élites: la camarilla Meiji trajo el fin del feudalismo; los parlamentaristas y empresarios de principios del s. XX, la democracia; y la constitución del pacifismo y el sufragio universal y femenino fueron impuestos por los estadounidenses. Todas las manifestaciones de descontento popular fueron debidamente aplastadas hasta su degeneración, fueran campesinas, socialistas, anarquistas o estudiantes. Lo que queda hoy del partido comunista ha incluso aceptado al emperador y la monarquía como institución. Las luchas populares más importantes de esta segunda mitad de siglo (Zengakuren[1] aparte) han sido sectoriales: la resistencia a la construcción del aeropuerto de Narita y el ya mencionado rechazo a la presencia miliar estadounidense en Okinawa, y además no han tenido ni gran respaldo ni efectos palpables.

Con estos datos, podemos deducir que lo que lleva pasando en este último año[2] definitivamente está marcando un cambio de tendencia. Las protestas iniciadas tras la crisis de Fukushima y la lamentable gestión de la misma han levantado una desconfianza poco común ante los políticos y los intereses empresariales. Las penosas condiciones de los trabajadores en la planta nuclear, la pasividad y lentitud de reacción de las autoridades para gestionar el desastre, que dejó a gran parte de la población de la que es el área más ruralizada y empobrecida del país con la única ayuda de los lazos comunales y los tratos de favor con la yakuza, mostró nuevamente la indefensión del pueblo nipón ante el escaso compromiso del gobierno por los problemas sociales de un país en el que la competición es rutina y el fracaso no es una opción.

La pasividad japonesa y su poco interés por los asuntos de política ha de ser vista más como un servilismo que como una decisión consciente. Japón cuenta con la brecha salarial entre ricos y pobres más baja de toda Asia, y por ende, es una de las sociedades más igualitarias del mundo en el plano monetario. Pero estos “milagros económicos” esconden la fuerte presión laboral, el enorme ratio de suicidios y muertes relacionadas con el exceso de trabajo (denominadas karoshi), la aún gravísima discriminación social y laboral de la mujer (considerada la más alta entre países desarrollados), la existencia de parias sociales los burakumin, pertenecientes a un vetusto sistema de castas que no existe de iure pero funciona de facto, la invisibilización de los que no encajan con el modelo de sociedad imperante (la casi total destrucción planificada de la cultura ainu de la isla norteña de Hokkaido durante la era Meiji es un buen ejemplo, pero ahora mismo tenemos también el racismo latente en todos los aspectos socioeconómicos), o el mismo sistema económico que funcionó basado en la especulación pero que se ha mantenido en crisis desde más veinte años y que la única alternativa que presenta ahora a una nueva juventud cada vez más alienada por idols televisivos y ultraconsumismo son los minijobs. Al final, el modelo económico y social creado tras la posguerra se tambalea sobre sus  endebles bases y la falta de opciones puede fácilmente conducir al colapso a una civilización que ha mostrado una extraordinaria capacidad de adaptación al medio pero también exigente de una rigidez y un sacrificio que, cada vez más, sus habitantes parecen menos interesados en aceptar.

El pacifismo y la quietud zen que contemporáneamente se le han atribuido al pueblo japonés, como vemos, tienen detrás una historia de derrotas, fracasos y brutalidades. Y lo peor es que este pacifismo aceptado por la mayoría social está gravemente amenazado. No es ya que el rechazo frontal de la guerra y el conflicto que presentan los japoneses esté fundamentado en la pasividad frente a cuestiones tabú (la falta de comunicación y atención a problemas psicosociales, la dureza de sus sistema judicial y penitenciario, la existencia velada de un enorme gasto militar o la inexistencia de oposición a la pena de muerte[3], que aún existe y se cobra decenas de vidas cada año), es que además el nuevo gobierno del PLD formado este pasado año ha hecho enteros para lograr lo indecible: hacer enfadar al japonés medio.

Manifestante rompe el retrato-parodia de Shinzo Abe durante uno de las protestas por la dimisión del primer ministro el año pasado. Fuente: The Malay Online.

Manifestante rompe el retrato-parodia de Shinzo Abe durante uno de las protestas por la dimisión del primer ministro el año pasado. Fuente: The Malay Online.

Para empezar el actual presidente, Shinzo Abe, no es un rostro nuevo en la política japonesa. Y su linaje tampoco. Su abuelo, Nobusuke Kishi fue miembro de la camarilla militar de la Segunda Guerra Mundial y lo único que le salvó de ser juzgado por crímenes de guerra fue el plan yankee para reconstruir una derecha política fuerte en la posguerra que garantizara estabilidad estratégica al país (no por nada fue encargado de firmar el Tratado de Seguridad Mutua cuando ocupó el cargo de primer ministro). Su tío abuelo Eisaku Sato fue Premio Nobel de la Paz en la época en la que se les entregaban a gente como Kissinger. También fue encargado de reprimir al Zengakuren y cerrar la universidad de Tokio, ofrecer sus servicios a la política exterior de EE.UU. bajo los principios de “no proliferación nuclear” mientras escondía acuerdos extraoficiales para emplazar misiles nucleares americanos si ello fuera necesario en la lucha contra el comunismo y repatriar el archipiélago de Okinawa, anexionándose de paso las Islas Senkaku, motivo de disputa con China desde aquella. Otro tío abuelo suyo, Yosuke Matsuoka, fue enérgico colaborador del régimen militarista, murió en prisión. Y finalmente, su padre, Shintaro Abe, es quien sale peor parado de todos, pues fue uno de los implicados en los escándalos de corrupción de finales de los ochenta que llevaron a la dimisión de la mitad del gabinete político y fueron causa de que su partido perdiera las elecciones por primera vez en su historia. En su favor debe decirse que por lo menos su abuelo paterno sí fue opositor de las políticas expansionistas de Tôjô, pero pongamos esta herencia familiar aparte (aunque resulte difícil, dado que Abe siempre ha hecho gala de ella) y juzguemos la carrera política del actual primer ministro por sus méritos propios.

Abe ejerció de jefe de gabinete del Jun’ichiro Koizumi (que basaba su popularidad en una dudable similitud física con Richard Gere más que en unas políticas neoliberales destructivas) con el cual solía visitar el santuario de Yasukuni, principal lugar de peregrinación filofascista del país, donde se les rinde homenaje a los caídos por Japón, entre los que se encuentran al menos 14 criminales de guerra de clase A como el mismísimo comandante Tôjô. En esta época Abe se empezó a hacer famoso por potenciar la impunidad y el negacionismo más flagrante en cuanto crímenes de guerra. Abe estuvo detrás de la acusación de censura al canal público NHK cuando trató de emitir un programa acerca de las “mujeres de confort” (eufemismo para referirse a las mujeres raptadas y violadas por los soldados japoneses durante la época militarista). Su revisionismo acerca de éstos temas es bien conocido, pues forma parte de la Sociedad para la Reforma de los Libros de Texto de Historia desde la cual ha negado el esclavismo y los abusos sexuales sufridos por cientos de mujeres y las redujo a “prostitutas por elección”, lo cual le produjo no pocas críticas y acabó con unas torpes disculpas oficiales.

Desfile militar en el Santuario Yasukuni. El templo sintoísta se ha visto envuelto en constantes polémicas después de que en 1978 se incluyera entre los kamis venerados a los Mártires de Showa, los cuales el  Tribunal Militar Internacional del Lejano Oriente consideró en su momento criminales de guerra. Fuente: USA Today.

Desfile militar en el Santuario Yasukuni. El templo sintoísta se ha visto envuelto en constantes polémicas después de que en 1978 se incluyera entre los kamis venerados a los Mártires de Showa, los cuales el Tribunal Militar Internacional del Lejano Oriente consideró en su momento criminales de guerra. Fuente: USA Today.

Dado que la situación de Japón respecto a los crímenes de guerra cometidos es bastante ambigua (algunos países agredidos consideran que no ha habido todavía unas disculpas oficiales válidas) la terquedad de Abe en estos temas sólo echa más leña al fuego. Desde la citada sociedad también aprovechó para negar que Manchukuo, el territorio continental conquistado en los treinta, fuera un gobierno títere (no obstante, como antes se señaló, el gobernador fue su propio abuelo), para criticar la “excesiva educación sexual” en las escuelas y para promover que los libros de Historia se centren en “fomentar una conciencia nacional”(muy al estilo del control que ejercían los funcionarios de la era Meiji y los militaristas). Ante estos hechos uno puede llegar a plantearse incluso si Abe tiene algún tipo de problema con el pasado o con las mujeres de su pueblo, pues lo único que quedaría por añadir para completar el cuadro es su negación a suprimir la “ley sálica” que impide que las mujeres hereden el trono, otra fuente de fricción en su gobierno.

Como contrapunto, Abe ha impulsado una serie de leyes bajo el nombre de womenomics, que en esencia, tratan de saltar el techo laboral que supone para las mujeres el matrimonio (que suele acabar con la proyección profesional de la mujer al confinarla en la mayoría de los casos al ámbito doméstico). No es tanto que Abe se preocupe mucho por la emancipación femenina, como que cada vez más y más mano de obra es necesaria, y la pérdida de casi la mitad de ésta en un trabajo no reconocido como son los labores domésticos y de cuidados no resulta rentable para los dividendos empresariales, que preferirían que la mujer (casada, madre o como sea) no abandone nunca el engranaje laboral como pieza simple y reemplazable. Al fin y al cabo, la brecha salarial entre sexos es tan enorme en Japón que nadie espera que este “impulso” al mantenimiento de las mujeres en el mundo laboral se haga por el bien de ella mismas, cuando menos del 10% de los cargos directivos los ocupan mujeres, así que obviamente, los intereses de las womenomics van más por la obtención de trabajadoras baratas y eficientes que por la ruptura del binarismo sociogenérico. Consecuentemente, este maquillaje institucional no ha evitado que las polémicas sevengan sucediendo.[4] Y no sorprende, además, que las escasas mujeres de las que se ha rodeado durante su mandato cumplan los estándares de sexismo y, o bien adopten el rol de pasividad asociado a la fémina nipona, o bien formen parte del permisivo juego que se les está haciendo a las estructuras de desigualdad social, sexual, económica y racial. No por nada, a la encargada del Ministerio de Seguridad Eriko Yamatani (que tiene bajo su órdenes a policía y fuerzas de autodefensa) ha sido fotografiada con el líder de la organización racista Zaitokukai y, aprendida la técnica de la tradición política de su país, negó conocer a aquella persona.

Todas estas experiencias ayudaron al primer ministro a estar preparado para el bloqueo de información sobre la actual situación en Fukushima y para marcar otro orwelliano paso en su política: el pasado 10 de diciembre entraba en vigor Ley de Secretos de Estado, con la oposición de dos tercios de la población y la desaprobación de todas las organizaciones humanitarias y de comunicación dentro y fuera país (desde el Alto Comisionado por los DDHH de la ONU hasta, al parecer, la asociación de dentistas japoneses), de inspiración tan terrorífica como su nombre puede sugerirnos, y que establece una nueva etapa en la censura y la represión política japonesa. El problema de esta ley no es ya lo sumarísimo de las sentencias que puede acarrear o lo arbitrario de sus planteamientos, es que los acusados bajo esta ley, que pierden inmediatamente el estatus jurídico de presunción de inocencia, se enfrentan hasta 10 años de cárcel por revelar información que el gobierno, en cualquier momento, pueda considerar como “secreto”. Dado que los “secretos” de estado son “secretos”, hasta el momento en que la información sea dada a conocer, las fuentes no podrán saber hasta qué punto estarán incumpliendo esta nueva ley, lo cual nos sitúa en un escenario de terror absoluto para los periodistas e investigadores que metan sus narices en asuntos peliagudos. Reservándose el derecho a decidir lo que es secreto y lo que no, la mayoría de los japoneses teme que esta ley se emplee, sobre todo, para encubrir escándalos y casos de corrupción, disciplinas en las que ni el PLD ni el propio Shinzo Abe son precisamente neófitos. El siniestro paralelismo con la Ley Para la Preservación de la Paz de 1925, que fue ampliamente empleada en el período de entreguerras para eliminar toda oposición política ya ha desatado las alarmas entre abogados y juristas.

Pero, por encima de todo, con gran diferencia, la gota que ha colmado el vaso, la estrategia maestra sobre la que Abe ha centrado todos sus esfuerzos desde su llegada al poder ha sido el intento por abolir el artículo 9 de la Constitución. No lo ha logrado (aún), pero sí ha echado hacia adelante reformas que van erosionando más y más el resquebrajado pacifismo institucional al mismo tiempo que devuelven la crispación a las calles. Y también ha conseguido ha sido sacar pecho en la pelea de gallos asiática que están llevando a cabo China, Rusia y Corea del Norte, y en la que Abe está convencido de un modo casi mesiánico de que su país tiene que interpretar un papel principal. De todos modos, este movimiento en falso no sitúa a Japón tan por encima de sus competidoras económicas y territoriales, si no que, por el contrario, vuelve a postrar al país a los designios del Imperio: a EE.UU. le sigue interesando que en Oriente sus rivales se pisen unos a otros (Japón al fin y al cabo es tan vasallo como rival en el plano monetario), y la virtual independencia militar que las reformas de Abe intentan establecer de momento sólo han conseguido que se vuelva al negocio de la venta de armas (lucrativo para muchos zaibatsu que ya hicieron su agosto en la IIGM y la Guerra Fría) y a que su estado tenga la potestad de interceptar misiles o buques que amenacen territorio americano (las cercanas Guam o Hawái) y de rastrear minas en el estrecho de Ormuz, por no hablar de la nueva base militar planeada para las tropas de Washington en Futenma, en la que la traición del gobernador de la prefectura de Okinawa (que ganó las elecciones diciendo en su programa que haría exactamente lo contrario de lo que ahora está haciendo) hace que las veteranas luchas por echar a los marines de suelo nipón se intensifiquen. Como vemos, el músculo que saca el PLD vuelve a ser únicamente para levantar la pesa de los intereses del dólar.

La obediencia y lealtad de los japoneses ya ha sido probada con todo tipo de mecanismos de control social a lo largo de siglos. También su irascibilidad. Las últimas respuestas populares han abordado desde manifestaciones pacíficas que cubrieron toda la geografía de norte a sur, hasta los intentos de suicidio ritual al más puro estilo bonzo (con todas las connotaciones que ello tiene en Japón) por parte de un ciudadano en Shinjuku el pasado junio y 11 de Noviembre en Hibiya, parque central de la capital. Si bien el primero fue detenido por los bomberos, el segundo cumplió con su objetivo de protesta contra el militarismo institucional y murió en el acto.

Si bien el primer incidente fue cubierto por la prensa internacional dadas las imágenes virales en la web, el segundo no ha tenido cobertura algun, casi igual que el reciente lanzamiento de un cohete en Saitama, prefectura vecina de Tokio, cuya autoría ha reclamado un, desconocido hasta ahora, Kakumeigun (literalmente, “ejército revolucionario”) y cuyo objetivo parecía ser el edificio de cierta empresa ligada a trabajos en la susodicha nueva base de operaciones militares estadounidenses de Okinawa.

En manos de las autoridades japonesas está el cambiar de rumbo. En manos de sus ciudadanos, retomar su autonomía y decidir qué futuro quieren para su país y, por ende, para gran parte del resto de Asia y del mundo. Las cartas están sobre la mesa. Nadie quiere más militarismo gratuito, nadie quiere más justificación de la violencia. Ahora queda por ver hasta qué punto el susodicho pacifismo japonés es una máscara o, tras tantos años de “aceptar lo insoportable y soportar lo insufrible” (como les pidió Hiro Hito a sus súbditos tras perder la guerra), aún quedan tiempos duros para ser japonés.

Efigie del general Tôjô venerada en el Santuario Yasukuni. Fuente Universidad de Viena.

Efigie del general Tôjô venerada en el Santuario Yasukuni. Fuente Universidad de Viena.


[1] Movimiento estudiantil de corte socialista y revolucionario que nació en la posguerra y tuvo su esplendor hacia finales de los 60′, participando de las luchas contra el imperialismo norteamericano y tomando las calles y las universidades de todo el país. Consultar DOWSEY, S., Zengakuren, Ishi Press, Berkeley, California, 1970

[2] http://asianz.org.nz/sites/asianz.org.nz/files/2014-shinzo_abe_protests_to.jpg

[3] Resulta  también interesante destacar un informe elaborado por Amnistía Internacional, un poco antiguo, pero igualmente de actualidad: http://www2.ohchr.org/english/bodies/hrc/docs/ngos/AI5Japan92.pdf 

[4] Hemos tenido en el último año sucesos de acoso institucional hacia las escasas mujeres que forman el parlamento, siendo apeladas a volver a los trabajos “propios de su género”, y por primera vez también, el inicio de acciones legales contra el sexismo institucional. Para más información: TOMOHIRO, O., Female civil servant sues over ‘institutional sexism’ in her ministry,  2014  The Japan Times.

avatar Hector Tome Mosquera (15 Posts)

Se licenció en Historia por la Universidad de Santiago de Compostela, afincado ahora en Barcelona, donde colabora con diversos proyectos literarios, periodísticos y políticos.


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