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This article was written on 06 Sep 2019, and is filled under Cine y TV, Crítica.

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Nos sentamos a la mesa de “El cocinero de los últimos deseos”

El final de agosto ha traído a las pantallas españolas El cocinero de los últimos deseos, una película japonesa de 2017 dirigida por Yôjirô Takita y protagonizada por Kazunari Ninomiya y Hidetoshi Nishijima. Bajo la premisa de un cocinero extraordinario que se dedica a recrear platos para  millonarios tras el fracaso de su restaurante, la cinta adapta una novela de Keiichi Tanaka.

Ninomiya, actor y cantante japonés conocido en Occidente por su trabajo en la película Cartas desde Iwo Jima (dirigida por Clint Eastwood), da vida a Mitsuru Sasaki, un chef de enorme talento, capaz de recrear cualquier plato con solo haberlo probado una vez. Criado en un orfanato, Mitsuru alcanzó un gran éxito como cocinero, sin embargo su carácter exigente y su afán por buscar la perfección en cada plato llevó a la quiebra al negocio. Agobiado por las deudas, Mitsuru decide dedicarse a elaborar platos por encargo, aprovechando su talento para recrear sabores que traigan recuerdos a sus clientes, quienes pagan un millón de yenes al cocinero por sus servicios.

La historia arranca cuando recibe un misterioso encargo por parte de un cocinero chino, Qingming Yang, que le encarga la búsqueda de unas recetas elaboradas en su juventud junto a un cocinero japonés, Naotaro Yamagata. La búsqueda de Mitsuru articula una narración marcada por los flashbacks, que nos conducen a la Manchuria de 1933, territorio ocupado por Japón en el continente.

Yôjirô Takita plantea la cinta como un drama costumbrista, en el que construye delicadamente unos personajes cautivadores, en ocasiones un tanto idealizados, para los que el amor por la cocina es el pilar que sostiene su mundo. Takita posee una amplia trayectoria y un gran bagaje cinematográfico, aunque su popularidad en Occidente se debe a que ganó el Oscar a Mejor Película de Habla Extranjera en 2008 por Despedidas, una obra de excepcional delicadeza sobre la muerte y la pérdida con una pátina de humor que la convierte en un canto a la vida. En El cocinero de los últimos deseos, Takita repite este mismo enfoque, en este caso dirigido a la cocina y la gastronomía. Los platos que se preparan se convierten en personajes que cautivan a la cámara y, por ende, al espectador.

La relación entre gastronomía y audiovisual es una faceta ampliamente explorada que ha tenido especial presencia en el descubrimiento del costumbrismo contemporáneo nipón. Ya sea en películas como algunos de los títulos más recientes de Hirokazu Koreeda, o en series de televisión (como Midnight Diner Tokyo Stories o El gourmet samurái, ambas en Netflix), e incluso en el manga y el anime, la gastronomía se ha hecho un espacio en las pantallas, propiciado por el impulso que el Cool Japan ha dado a esta faceta de la cultura japonesa, una de las más fácilmente exportables por su capacidad para abarcar diferentes tipos de público, de manera que todo el aparato audiovisual retroalimenta este interés.

En El cocinero de los últimos deseos, la gastronomía recibe un tratamiento particularmente delicado, convirtiendo las escenas de cocina o de comida en verdaderas experiencias estéticas en las que la belleza de los platos provoca un éxtasis evocador, sugiriendo al espectador un estímulo sensorial a través de las imágenes. Cada uno de los planos desprende un gran cuidado y una admiración casi reverencial por los alimentos que muestra, por el proceso de elaboración de los distintos platos y por las claves que estos encierran. A ello contribuyen notablemente las interpretaciones del elenco, especialmente de sus dos protagonistas, que consiguen transmitir con una gestualidad discreta y nada artificial el deleite que sus personajes experimentan al probar los manjares que van descubriendo y creando.

No obstante, el peso que posee la gastronomía apenas desequilibra la balanza de una historia muy humana, parcialmente ambientada en la ocupación de Manchuria por parte de Japón en los años treinta del siglo XX. Pese a la complejidad del contexto, buena parte de la película se centra como una burbuja en los personajes y en su pequeño mundo en las cocinas, por lo que la representación del momento termina siendo bastante despolitizada. Sin embargo, la película es ante todo una historia sobre ideales, y la cocina no es más que la forma que estos tienen de aflorar.

Así, la gastronomía se convierte en un vehículo para reflexionar sobre el ser humano, sus complejidades y sus contradicciones, y El cocinero de los últimos deseos va mucho más allá de lo que su premisa inicial pudiera sugerir. Si tienen ocasión, no pierdan la oportunidad de sentarse a la mesa de la mano de Yôjirô Takita y disfrutar de dos horas de buen cine que les abrirá el apetito.

avatar Carolina Plou Anadón (272 Posts)

Historiadora del Arte, japonóloga, prepara una tesis doctoral sobre fotografía japonesa. Autora del libro “Bajo los cerezos en flor. 50 películas para conocer Japón”.


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