Revista Ecos de Asia

El whisky japonés II. La expansión

Coescrito junto a David Bjørn Dameson.

En los inicios de la postguerra, el gobierno de los Estados Unidos fue el principal impulsor de la reconstrucción económica japonesa. Había sobrados intereses para que la nación nipona se mantuviera fiel a los valores occidentales y obviamente contraria al modelo comunista, más aún teniendo en cuenta su proximidad con la URSS y la China de Mao. El desarrollo económico de Japón conllevó una profunda especialización de su producción industrial (gracias al capital y al mercado americano, así como a la demanda del ejército aliado durante la Guerra de Corea) durante los años cincuenta y sesenta, décadas en las que su sociedad ya se identificaba plenamente con el American way of life, un estilo de vida caracterizado por el consumismo y que recordaba con nostalgia a los locos y felices años veinte; una clima en el que el whisky podía triunfar.

Llegada la década de los setenta la producción de whisky se multiplicó gracias al aumento del consumo local. Si bien los grandes productores Yoichi (Nikka) y Yamazaki (Suntory) siguieron siendo los líderes, entraron en escena nuevas destilerías como Miyagikyo en 1969, Gotemba en 1972, Hakushu en 1970, Shinshu Mars en 1985 y, ya en el nuevo siglo, la destilería Chichibu en 2004, la más joven del país. Aún en 2016 se sumaría una nueva, Akkeshi. Durante este periodo Yamazaki perdió su diseño original, muy escocés, y fue reformada en estilo art déco convirtiéndose en “la radio gigante”, como se la conoce popularmente.

Destilería Yamazaki de Suntory. Las dos estructuras piramidales le dieron el nombre de “la radio gigante”.

La gran expansión del whisky japonés se produjo también como consecuencia de un cambio en su modelo económico. Durante la postguerra, Japón desarrolló una industria exportadora muy potente basada en electrodomésticos, maquinaria, automóviles… bienes voluminosos, caros y de gran consumo energético. A finales de los años sesenta, los mercados de exportación -especialmente EEUU- empezaban a estar saturados y la crisis del petróleo iniciada en 1973 empeoró la situación. Japón tuvo que reconvertir su industria hacia la producción de bienes de consumo más ligeros, que demandasen menos materias primas y combustibles y tuviesen mayor valor añadido. La creación de nuevas destilerías de whisky fue prácticamente paralela al desarrollo de la industria de los videojuegos o de los ordenadores.

También la sociedad japonesa había cambiado. Cada vez más urbanizada y con menos hijos por familia, con mayor poder adquisitivo en un país que se había desarrollado rápidamente desde la debacle de la guerra, las posibilidades y el deseo de adquirir bienes materiales iban en constante aumento. La aparición de nuevas destilerías japonesas obedeció a esta combinación de factores: una nueva sociedad, urbana y consumista, y la necesidad de un cambio en la estructura industrial.

El gran salto

Si bien se habían fundado algunas pequeñas destilerías durante los años cuarenta, cincuenta y sesenta, una vez más fue el sensei Masataka Taketsuru quien dio el segundo gran primer paso. En el valle del río Hirose, al norte de la isla de Honshû, decidió establecer una segunda destilería. Exploró la zona durante tres días y, tras dar un trago del río Nikkawa, en un lugar actualmente señalado con una placa, concluyó que allí fundaría Miyagikyo. Aunque su arquitectura se sigue inspirando en las delicadas destilerías de Escocia, Miyagikyo es una auténtica destilería industrial que sirve materia prima para los delicados blends (mezclas de whiskys) de la hermana mayor de Hokkaidô. Mientras Yoichi produce 150 500 litros de alcohol puro al año, Miyagikyo tiene la asombrosa capacidad de dos millones.

Un año más tarde, el mentor y rival Suntory fundó su segunda destilería, Hakushû, en los valles al oeste de Tokio; a la imponente altura de setecientos metros y a tres horas de la capital por sinuosas carreteras atravesando los Alpes japoneses, los herederos de Torii fundaron una gigantesca fábrica con capacidad para seis millones de litros por año. El día de su fundación era la destilería más grande de todo el planeta y poco después fue ampliada aún más.

Destilería Hakushu de Suntory.

La pequeña y pintoresca Karuizawa fue fundada en 1955 a los pies de las montañas homónimas; más tarde se sumó la minúscula Toa Shuzo que, si bien data de 1941, no sacó su whisky de éxito Golden Horse hasta 1999. La cervecera Kirin y el conglomerado canadiense Seagram construyeron Gotemba en 1973, otra destilería mastodóntica con capacidad para más de siete millones de litros por año. Otras más pequeñas, como Shinsu Mars, se les sumarían con el paso de los años. Su objetivo principal era el mercado doméstico japonés, creciente y cada vez más diversificado y exigente, pero acabarían planteándose mayores retos: exportar.

Era lógico creer que la apuesta de las destilerías japonesas caería en saco roto; el estado del mercado internacional desde la crisis de 1973 y el hecho de que el whisky fuese un producto típicamente occidental ponían grandes dificultades: ¿quién querría consumir whisky japonés? ¿Acaso alguien creería siquiera su autenticidad? ¿Ocurriría como a principios del siglo XX cuando circulaban por Japón botellas con “whisky puro de uva” (escocesa, por supuesto)? A día de hoy, aún nadie ha conseguido identificar qué era en realidad aquel extraño mejunje y la historia tenía muchos números para repetirse. Pero no se repitió.

El whisky japonés, hoy

Llegados a 2001, los destiladores japoneses vieron recompensada su apuesta; la botella Single Malt Yoichi de Nikka fue galardonada como la Best of the Best de entre cien botellas en la cata internacional organizada por la prestigiosa Whisky Magazine. En la prueba final pasó una rigurosa degustación tutelada por expertos de Escocia, Kentucky y Japón; el Single Malt Yoichi consiguió la mayor puntuación en todas las categorías y poco después de su histórica victoria otro whisky de Nikka fue incluido en la prestigiosa selección mensual de la Scotch Malt Whisky Society.

Hubo que esperar hasta 2003 cuando la película Lost in Translation puso ante los ojos del público occidental el whisky japonés. Hasta entonces, y exceptuando a unos pocos especialistas, casi nadie conocía nada más que el Midori, un exitoso licor de melón elaborado por Suntory aunque considerado un producto menor por la propia compañía. Ese mismo 2003, Suntory se armó de valor y lanzó en Reino Unido y Estados Unidos sus whiskys, tanto de la antigua Yamazaki como de la más nueva Hakushû. El gesto, audaz y arriesgado, fue un éxito.

La gran ventaja del whisky japonés es que, pese a inspirarse en Escocia, sus sabores y aromas no tienen nada que ver con los whiskys escoceses ni con los bourbons estadounidenses; son hermanos adoptivos, miembros de una misma familia pero con características diferentes. Sus similitudes y sus diferencias les han merecido un lugar por derecho propio entre los grandes whiskys del mundo y desde entonces no han hecho más que acumular galardones: la jovencísima destilería Chichibu, fundada en 2004, ha recibido este pasado 2021 un premio en los prestigiosos World Whisky Awards por quinto año consecutivo, siendo el único whisky japonés en lograr una medalla en esta convocatoria. De 2003 a 2013 Suntory se llevó cada año una medalla de oro en el International Spirits Challenge, además de ser nombrado destilador del año en 2010, 2012 y 2013. Tanto los Yamazaki como los Nikka han superado en puntuación a varios pesos pesados escoceses en catas a ciegas organizadas por la Whisky magazine, una publicación de referencia mundial. Y la expansión continúa: pese a que Karuizawa cerró en 2011, Akkeshi, la más joven de todas, fue fundada en 2016 y se convirtió en la segunda destilería de Hokkaidô. En 2018, la casa de subastas Bonhams vendió en Hong Kong una botella de Yamazaki de cincuenta años first edition por la astronómica suma de 343 000 dólares.

Destilería Akkeshi (Hokkaidô).

La occidentalización del País del Sol Naciente fue corresponsable del éxito del whisky; un proceso constante que exploró las grandes conquistas tecnológicas, económicas y culturales del viejo y el nuevo mundo para importarlas y convertirlas en las principales referencias del Japón Meiji. Este proceso tranquilo, mesurado, paciente y decidido de adaptar lo nuevo a lo viejo es lo que dio a luz al whisky japonés. Su creación fue, en gran medida, fruto de un hombre de dos mundos, Masataka Taketsuru, una prueba viviente del éxito de la industrialización y la occidentalización de Japón que terminó por conquistar los mercados internacionales. Recogiendo una tradición milenaria nacida con el sake y el shôchû, y hermanándola con lo mejor de Escocia, aprovechó el avance modernizador y hedonista de su país natal para demostrar que ni el whisky es únicamente occidental, ni los japoneses beben únicamente sake.

Desgraciadamente, Masataka Taketsuru falleció en 1979, mucho antes de que sus whiskys conquistaran los más altos premios internacionales. Su importancia para esta historia es tal que la televisión pública japonesa NHK emitió una serie sobre la vida de la pareja fundadora entre septiembre de 2014 y marzo de 2015 llamada Massan. Un auténtico homenaje póstumo a un japonés tan importante como desconocido.

Cartel publicitario de Massan (2014).

Para saber más:

  • Beasley, W. G., Historia contemporánea de Japón. Madrid, Alianza, 1995.
  • Buruma, Ian, La creación de Japón 1853-1964. Barcelona, Mondadori, 2003.
  • Hunter, Janet E., The Emergence of Modern Japan: An introductory History since 1853. Harlow (Essex, Inglaterra), Pearson Education, 1989.
  • Jackson, Michael,Atlas ilustrado del whisky, la guía definitiva. Madrid, Susaeta, 2011.
avatar Gerard Llamas i Falcó (1 Posts)

Licenciado en Historia por la Universitat de Barcelona, participa en proyectos de memoria histórica y folclórica catalana. Interesado en la historia militar y política internacional.


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