Revista Ecos de Asia

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This article was written on 18 Sep 2020, and is filled under Cine y TV.

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La intimidad del sueño en “Lost in Translation” como nuevo modelo para lo políticamente correcto en el cine hollywoodiense

Póster de la película. Aquí las imágenes difuminadas de los personajes principales transmiten bien la idea de sentirse perdido tanto en el mundo físico como en lo que se refiere a lo existencial.

 

Introducción

En este artículo continuamos con nuestra mirada de cómo se contempla la cultura asiática, y en este caso la japonesa, desde el punto de vista de los occidentales. Abordamos de nuevo el tema, comentado por primera vez en Crying Freeman de Christophe Gans (Canadá, 1995), de cómo el amor nos libera del sufrimiento. Al evaluar la comedia dramática independiente Lost in Translation (Estados Unidos, Japón, 2003), que ganó un Oscar por el mejor guion original, y un Globo de Oro al Mejor Actor, surge contestar la pregunta de cómo una historia de amor sin besos, sin sexo, sin diálogos íntimos y en la que apenas hay contacto físico, puede tener un efecto tan transformador sobre los protagonistas como cualquier relación más convencional. También provoca curiosidad la elección de una pareja compuesta por un hombre de mediana edad y una chica veinteañera, algo que bajo otras circunstancias no estaría lejos de la polémica, pero que, como poco,  rompe con los cánones de la película romántica mainstream hollywoodiense. A un nivel superficial, el filme Lost in Translation reproduce la noción, vista por primera vez en Crying Freeman, de buscar una salida en otra persona para resolver una crisis existencial, pero dando un tratamiento mucho más sutil y romántico al tema. Como nos explicó en una entrevista su directora, que se autodefine como “romántica”,[1] lo que le interesaba al rodar la película fue explicar cómo un encuentro que dura poco tiempo puede transformar completamente nuestra existencia.

Fotograma de la película en el que se muestra cómo se utiliza la luz natural para transmitir emociones.

 

Lost in Translation: su rodaje y antecedentes

Lost in Translation, al ser un filme de producción independiente y de bajo presupuesto, también se distingue por ser rodado sobre la marcha, aprovechando la luz natural de Tokio y con muchos diálogos improvisados. Obra de la directora Sofia Coppola (Nueva York; 14 de mayo de 1971), hija del legendario Francis Ford Coppola, fue especialmente escrita con el actor Bill Murray en mente. Es una obra que tiene mucho “aura”,[2] pero la manera exagerada y un poco irreverente en que se representan las costumbres niponas no ha agradado demasiado a los japoneses.[3] A diferencia de Crying Freeman, en la que no se produce ningún choque cultural, en la presente película es esto lo que precisamente contribuye a la sensación de soledad y crisis existencial experimentada por los protagonistas. En este sentido, los protagonistas están doblemente “perdidos” (lost): no sólo fallan en su intento de comprender la cultura en que están inmersos, sino también están “perdidos” porque cada uno, por razones distintas,  está al bode de su propio abismo existencial.

Fotograma de la película Las vírgenes suicidas mostrando a las hermanas  y portada de la novela de Jeffrey Eugenides en la que se basa.

Si tomamos como referente la filmografía de la directora, observamos un interés por historias insólitas sobre personas en situaciones límite. Resaltamos de su filmografía su obra Las vírgenes suicidas (Estados Unidos, 1999), que habla de cómo un amor en la adolescencia se nos puede quedar grabado en la mente para siempre, como algo que nos atormenta, porque los sueños que evocaba no fueron cumplidos. Retrata cómo el amor de un grupo de chicos adolescentes en un pueblo hacia unas hermanas se convierte en una obsesión de por vida cuando estas se suicidan misteriosamente. Este interés por un amor que no se extingue nunca, que no se pierde con la sobreexposición a la banalidad de la vida real, lo que Yannick Vérité llama la “habituación hedónica”[4] (habituation hédonique), también se aprecia en Lost in Translation.

Fotograma de Charlotte de la película Lost in Translation puesta en yuxtaposición con el de Lolita de la versión cinematográfica de  Adrian Lyne (Estados Unidos, 1997)

Lost in Translationcomo eco de Lolita de Nabokov

Si abordamos de nuevo la cuestión de la representación de una pareja con edades dispares, evoca otras películas iconoclastas, como las distintas versiones cinematográficas de la novela Lolita, escrita por Vladimir Nabokov en 1955. La cuestión que surge entonces es si Lost in Translationes otra reelaboración de esta. Este argumento gana más peso si consideramos que la actriz Scarlett Johansson ni siquiera había cumplido los veinte cuando rodó la película y que se parece mucho a la actriz Dominique Swain en el momento en que rodó la versión de Adrian Lyne (arriba). Los paralelismos no acaban ahí ya que también hay similitudes en el lenguaje audiovisual que se utiliza para introducir el tema principal de cada obra. Este normalmente se introduce en la primera secuencia de la película. Por ejemplo, en la versión de Lolita de Kubrick (Reino Unido, 1962), la película empieza con un plano detalle del pie de Lolita. Es una forma de transmitir la idea de que esta película es sobre el deseo. En la versión de Adrian Lyne se da más peso al estudio de la locura de Humbert, de modo que empieza con un flash forward para mostrar las consecuencias de su obsesión por Lolita, conduciendo un coche de manera suicida. Sólo apreciamos que trata sobre su deseo por Lolita cuando la ve por primera vez. Esto se transmite porque la cámara muestra qué está mirando (plano subjetivo). De modo que tenemos una gran variedad de planos que todos la enfocan, incluyendo un plano detalle de los pies, que parece como un homenaje a la versión de Kubrick.

En Lost in Translation, se vuelve al recurso de Kubrick (la primera secuencia de la película), excepto que lo que se nos ofrece es un plano medio del cuerpo semidesnudo de Charlotte en lugar de solo un pie. De modo que las tres películas establecen que tratan sobre el deseo por Charlotte o Lolita. Sin embargo, los paralelismos acaban ahí, ya que la forma en que se expresa este deseo es radicalmente diferente.

Fotograma del plano medio del cuerpo de Charlotte en la primera secuencia de Lost in Translation y primer plano de los pies de Lolita del filme de Adrian Lyne que también recuerda a la primera secuencia de la versión de Kubrick.

El filme de Sofia en este sentido es totalmente hermético porque no deja filtrar detalles de los pensamientos íntimos de los personajes, ni con monólogos interiores, ni con una voz narratoria, ni siquiera en los diálogos. Lo que es íntimo no se escucha. Todo lo que sienten los personajes se intuye a través de las miradas, la escenificación, lo que sugieren los diferentes tonos ambientales de la luz y la banda sonora; lo que se ha definido formalmente como una “intimidad de sueño” (dreamy intimacy).[5]

Fotogramas que demuestran cómo la carga emocional de la película se transmite a través de las miradas y la ambientación.

Los protagonistas

Uno de los protagonistas es Bob Harris (interpretado por Bill Murray) que desempeña el papel de una estrella de cine de mediana de edad sin ilusiones, que viaja a Tokio para rodar un anuncio de la marca de whisky Suntory y una serie de comerciales, entrevistas y publicidad japonesa. Está casado con una mujer de su edad que le trata con gran frialdad. Le acosa día y noche con llamadas de teléfono y mandándole fax; aprovecha así para recordarle sus compromisos familiares, reprocharle cuando no los cumple y hacer preguntas absurdas sobre cómo hacer pequeñas alteraciones en la decoración de la casa. Como si eso no fuese suficiente para humillarle, se dirige a él con un tono de voz amenazante y nunca se despide con palabras de cariño. En una ocasión, por ejemplo, cuando Bob dice que quiere hacer unos pequeños cambios en su vida, se irrita y le pregunta: “¿debería tener algo de qué preocuparme?”, que queda como una amenaza velada.

Charlotte, en cambio, es una joven solitaria en la crisis de los veinte y está casada con un  famoso fotógrafo publicitario que se aloja con ella en el hotel. Da la impresión de que, por algún motivo, es incapaz de sentirse atraído físicamente por su esposa. La mayoría del tiempo, cuando él vuelve al hotel, ella está semidesnuda, pero nunca hacen el amor. Irónicamente, considerando que son de la misma edad, su trato hacía ella se parece más a aquel de un padre hacia su hija. Efectivamente, es algo que deconstruye[6] la oposición: [hombre de edad mediana] – [chica joven en los veinte], mencionada antes. De hecho, el marido sólo parece emocionarse cuando ve a una atractiva amiga actriz, a quien le cuesta esconder la atracción que siente por él delante de su mujer. Cabe pensar que la combinación del sentido de soledad, de haber perdido el rumbo en la vida y la disfuncionalidad de ambas parejas es lo que hace posible el desarrollo de una pareja tan poco convencional, que en otras circunstancias de la vida gravitarían hacia personas más afines generacionalmente. Éowyn define  el escenario de esta manera:

La película no muestra aventuras, ni sexo, ni besos, ni palabras románticas, ni nada de lo que acostumbran a tener las historias de amor. Sólo asistimos a la desalentadora vida de dos personas que, pese a la diferencia de edad y de vivencias, se sienten unidas por la soledad, por una charla en el bar, por una noche en el karaoke, por unos cuantos susurros en la penumbra, por una caricia en el pie. Ambos encuentran en alguien desconocido una inusual sensación de ternura y comprensión que sus parejas son incapaces de darles.[7]

Fotograma de Bill Murray en el personaje de Bob en la película Algo pasa con Bob de  Frank Oz, que muestra su aspecto inocente e infantil, y fotograma de la película Atrapado en el tiempo de Harold Ramis (Estados Unidos, 1993), que muestra las calidades excepciones de Bill Murray como personaje de película romántica.

Si bien es cierto que el marido de la joven es más como un padre con su esposa, parece muy importante la elección de Bill Murray para el papel de Bob. Si analizamos otras películas destacadas de su filmografía, nos fijamos en que suele retratar a personajes adultos con un lado infantil muy marcado.  Recordamos, por ejemplo, la comedia Algo pasa con Bob de Frank Oz (Estado Unidos, 1991), en que desempeña el papel de hombre con un caso severo de TOC, complicado por un trastorno de afectividad, que se obsesiona con su psiquiatra (Richard Dreyfus) y su familia. Su espontaneidad, entusiasmo e ingenuidad infantil hace que conecte en seguida tanto con niños como con adolescentes y, frente al desagrado de su “profesional” de la salud mental, acaba enamorando a toda su familia, incluyendo a su hermana, con quien se casa al final de la película.

Dadas las cualidades excepcionales de Bill Murray como actor, es evidente que estas también forman parte de un plan premeditado o inconsciente de desconstruir los estereotipos sobre relaciones con diferencias de edad muy dispares en la sociedad norteamericana. En este sentido, su filme plantea una idea mucho más romántica sobre la relación de pareja. Es el planteamiento de que lo que cuenta son más los sentimientos que el afán de la sociedad para que todos nos conformemos con un modelo predeterminado de cómo tiene que ser la relación de pareja. Como adelantó la misma directora en una entrevista, el filme era impensable sin Bill Murray y el guion fue escrito con él en mente.[8]

Fotogramas que muestran por qué la película fue considerada un poco irreverente por parte del pueblo japonés. Se les retrata a todos bajitos y con un sentido del humor un poco excéntrico.

La representación de la cultura nipona

En vista del hecho de que la representación del pueblo nipón es secundaria a la tensión dramática entre los protagonistas, parece un poco injusto una crítica severa de este aspecto de la obra de arte. Aparece como una sociedad obsesionada con los videojuegos y el karaoke. Aunque esto fuera, hasta cierto punto, verdad en aquel entonces, se puede leer entre líneas que también es una de las culturas, si no la cultura, más avanzada culturalmente del mundo. Resaltamos, por ejemplo, las secuencias en el karaoke con los amigos jóvenes de la protagonista. En ningún momento se notan los prejuicios sobre la edad que se encuentran en culturas occidentales. Resaltamos en este sentido, que la cultura nipona tiene una reverencia especial hacia la gente mayor. No hay nada del estigma social de ir cumpliendo muchos años.

Lo que también es refrescante es que no se aprecia un intento de imponer la cultura norteamericana bajo el lema “vosotros tenéis vuestra manera de hacer las cosas pero nosotros lo hacemos mejor”, que parece resumir la quintaesencia de la idiosincrasia yanqui. Más bien, los que conocen algo de la cultura japonesa se ríen, no de los japoneses y de sus costumbres, sino de lo ignorantes que son los extranjeros del significado transcendental de algunas de las cosas aparentemente ridículas que hacen.

Fotograma que capta la sensación de estar en Tokio, con Bob medio dormido después de una noche de fiesta con Charlotte, y un fotograma del momento culminante de la película, el de despedida, cuando Bob le susurra algo en el oído de Charlotte y se dan el primer beso de toda la película.

Conclusiones: la “intimidad de sueño” como nuevo modelo para hacer cine políticamente correcto

Aunque esta película es de los años 2000, parece más relevante hoy que en la época en que se produjo. Ofrece un bienvenido paréntesis del incesante bombardeo de películas que parecen diseñadas para adormecer los sentidos e imponer una única visión de la realidad; la de la hegemonía hollywoodiense. Sin embargo, es mucho más que eso: invita a una crítica de unas nociones preconcebidas de cómo tenemos que desempeñar nuestro papel en la sociedad. Reta la justificación de las normas invisibles que se nos imponen y, en principio, nos libera para contemplar el mundo y nuestras vidas de otra forma. Permite una reflexión incluso de cómo podría ser una hipotética sociedad del futuro en que no rigen unos prejuicios y unas normas sociales de vida en pareja esclavizantes.

Quedan por revelar las razones por las cuales Sofia Coppola optó por dejar a nuestra imaginación los pensamientos interiores de la pareja, preservando así su intimidad. Esto se explica si consideramos que lo que intenta captar es algo mucho más intangible que una relación de pareja convencional. Trata sobre el primer impulso cuando una pareja se enamora por primera vez. Igual que en su obra anterior, Las vírgenes suicidas, relata los pequeños momentos que se hacen eternos y dejan un recuerdo que no se borra nunca, como el primer amor. En palabras de Sofia Coppola:

(El filme) trata sobre dos personas perdidas en sus vidas, una sensación que está amplificada por encontrarse en Japón, que en sí es una experiencia que confunde… (Para mí, la historia) trata sobre los instantes en la vida cuando establecemos una breve conexión… son aquellos momentos en la vida que son pasajeros pero que dejan una huella que permanece… trata sobre pequeños momentos, encuentros que cambian la vida… me gustan los pequeños detalles que parecen trascendentales en el momento… aunque visto desde fuera parecen insignificantes…[9]

Fotograma que muestra las pinzas que le colocan a Bob durante el rodaje del anuncio, para mantener el traje en su sitio.

En resumidas cuentas, esta película es una joya para los que aman la cultura japonesa. El estilo espontáneo de rodaje, aprovechando la luz natural, le da una mayor sensación de realidad, y hay escenas en que Bob está somnoliento viajando en un coche en que realmente el espectador comparte la sensación de viajar y estar perdido en una ciudad tan fascinante como es Tokio. Igual que en la película previamente analizada Ghost Votive Master (China, 2016) de Lin Jie, capta la euforia que provoca el primer acercamiento amoroso. Sin embargo, para el presente autor, lo que más impacta son las pequeñas situaciones cómicas en las que, por mucho que Bob se empeñe en dar la apariencia de que tiene todo bajo control, algo siempre le delata, fusionando así comedia y tristeza de una forma totalmente natural. Se ejemplifica por la secuencia en que vuelve de rodar el anuncio de whiskey y no se da cuenta de que sigue con las pinzas que le colocaron para que su traje se quedara en su sitio. Da la sensación de que es como una marioneta a la que se le están soltando en las costuras. Efectivamente, actúa como una metáfora visual que revela el proceso de deterioro en el mundo interior del personaje.

En este sentido, lo asombroso de esta película es que nos revela que no hace falta una larga historia de amor, o que una relación sea consumada siquiera, para que un encuentro de lo más casual, que desde fuera puede parecer insignificante, pueda revolucionar totalmente nuestra existencia y actuar como un bálsamo que remedia el sufrimiento. De modo que para los que quieran algo que les ayude a recordar algunos momentos trascendentales en su propia vida y disfrutar de la experiencia de cómo tiene que haber sido vivir en Tokio a principios de siglo, esta película es altamente recomendable.

Fotograma que muestra el único contacto físico de índole intimo cuando Bob roza el pie de Charlotte.

Haciendo una reflexión final sobre toda la historia del cine hollywoodiense, en los tiempos que vivimos, esta película parece incluso más relevante que en el momento histórico en el que se produjo. Visto que la industria ha perdido su impulso creativo por miedo a pecar contra los nuevos modelos de moralidad y se limita a hacer remakes de las películas que se consideran políticamente correctas, ¿podría este estilo de película ofrecer una vía para poder continuar experimentando con nuevas formas de expresión artística? Si consideramos que el uso de la “intimidad del sueño” permite plasmar toda la emoción de la película a través de miradas y cambios sutiles en la iluminación y ambientación, sin que los actores necesiten tocarse siquiera, parece ser que constituye una fórmula para hacer cine con garantía de ser políticamente correcto. La prueba de ello es que parece que ha escapado por completo de la atención de la crítica alguna u otra similitud con la historia de Lolita de Nabokov, tanto en el lenguaje cinematográfico utilizado, como en detalles más evidentes, como la diferencia desmesurada de edad entre los personajes, que se ha tomado como algo meramente circunstancial.

Para saber más:

  • “Entrevista con Sofía Coppola sobre Lost in Translation” (“Interview Sofia Coppola on Lost in Translation”). Disponible aquí.

 

Notas:

[1] “Entrevista con Sofía Coppola sobre Lost in Translation” (“Interview Sofia Coppola on Lost in Translation”). Disponible aquí.

[2] Lo que Benjamin llamó aura. “El aura es aquello que hace única a cada obra de arte”, “el aura –como apunta Benjamin– está atada a su aquí y ahora”.  Es decir que cada obra de arte tiene un tiempo y un espacio determinado que sigue un trayecto a partir de su creación. La obra de arte tiene, según Benjamin, “su unicidad, es decir, su aura”. Cada creación es única y, aunque puedan existir falsificaciones o reproducciones de ella, no puede haber otra que recorra su trayecto espacio-temporal. Cohen, Carla, “Concepto de “aura” de Walter Benjamin”, ensayo, Punto en línea, Diciembre 2014-Enero 2015, No. 53. Disponible aquí.

[3] Para dar un ejemplo, el crítico medio japonés Kiku Day lamentó que “no hay ninguna escena en la que a los japoneses se les ofrezca una pizca de dignidad”. Day, Kiku (January 23, 2004). “Totally lost in translation”. The Guardian, 24 de Enero, 2004. Disponible aquí.

[4] Vérité, Yannick, “¡Él héroe es Usted! Crear una vida feliz gracias a la fuerza 4G+”, Editions Persée, 2014.

[5] Véase nota 1. Si no hubiera sido el caso, como en las versiones mencionadas de Lolita, la película habría perdido su “aura” y puede que incluso hubiera generado polémica. La intimidad de los personajes se guarda hasta tal punto, que ni siquiera escuchamos las palabras que se susurran entre los protagonistas en un momento de despedida, puede que para siempre. Hace pensar que son la expresión de unos sentimientos que forman parte de la intimidad de las parejas y, por lo tanto,  no se deben y ni siquiera pueden ser compartidos con los demás.

[6] Aquí se hace referencia a la deconstrucción de Derrida, que es una manera de cambiar nuestra percepción de una determinada realidad revelando las contradicciones en el lenguaje. Por ejemplo si, por analogía, revelamos las contradicciones en la asignación “esta persona es vieja”, acabamos por redefinir qué es el concepto de “viejo”. Por otra parte, resalta el hecho de que en cualquier discurso hay “silencios”; lo que no se dice. Es decir, muchas veces lo que no se dice puede ser tan o más importante que lo que se dice. Es especialmente importante en esta obra porque, al no expresar verbalmente la intimidad de los personajes, dice mucho sobre la incapacidad de la sociedad norteamericana  de entender la intimidad de una pareja de enamorados.

[7] Comentario de Éowyn en Aloha criticon. Disponible aquí.

[8] Véase nota 1.

[9] “…it´s about these two people lost in their lives and it´s exaggerated by being in Japan where it´s already confusing… and finding a brief connection. To me it´s about those moments in life that are fleeting but the impression stays with you… it´s about small moments, encounters that change your life… I like the small details that seem epic at the time… that can be a very subtle thing… “. “Entrevista con Sofía Coppola sobre Lost in Translation” (“Interview Sofia Coppola on Lost in Translation”). Disponible aquí.

avatar Simon Kelly (35 Posts)

Graduado en Historia del Arte por la Universidad de Zaragoza, donde también realizó el Máster en Estudios Avanzados en Historia del Arte, especializándose en cine y literatura. Además, es Licenciado en Biología por la UCM y continúa realizando estudios de psicología, sociología, francés y chino.


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