Revista Ecos de Asia

Information

This article was written on 12 Oct 2016, and is filled under Historia y Pensamiento.

Current post is tagged

, , , ,

Las relaciones internacionales entre España y Japón durante el período Namban

Uno de los temas que más ha apasionado a los estudiosos de Japón es el período Namban (1543-1639), es decir, el momento en el que los europeos llegaron a Japón a por primera vez. Dentro de ese período, hay que destacar la labor de España, pues no solo fue uno de los países que más comercializó con el archipiélago nipón en esa época, sino que también fue el que recibió la primera y la última embajada japonesa hasta el siglo XIX.

Es por esta razón por la que la revista Ecos de Asia realizó un número especial en donde se recogen varias muestras acerca de este encuentro cultural. El número titulado “Especial Año Dual”, al que se hará referencia a lo largo de este artículo, fue publicado en el verano del año 2014 y recoge varios artículos acerca del período Namban que se tratará en este artículo.

La competencia por el mercado de las especias:

En un primer momento, la atracción de los españoles y portugueses por Asia fue la búsqueda de las especias. Acerca de este tema, algunos artículos como “Portugal al encuentro de Oriente I: Goa y Malaca” o “El galeón de Manila: retomando el contacto entre Asia y América a través del comercio”, ambos de David Lacasta, ya exploran este tipo de travesías marítimas; por lo tanto, se hará un pequeño resumen para poder entender así el resto de la publicación.

La razón por la que los hispanos llegaron a Japón, como se acaba de decir, fue para buscar especias, ya que tanto España como Portugal ansiaban entrar en ese comercio. Fue Portugal quien primero llegó a Asia gracias al navegante Vasco de Gama (1460-1524) rodeando el continente africano y llegando a Calcuta. Este descubrimiento dio lugar al expansionismo portugués por el Sudeste Asiático, Asia Oriental y Asia Meridional.

Estas expediciones portuguesas animaron a los Reyes Católicos (1474-1504) a buscar especias, razón por la cual apoyaron a Cristóbal Colón (1451-1506). Colón llegó a América pensando que había llegado a las Indias, pero el descubrimiento de oro y de plata en el lugar no decepcionó a los Reyes Católicos.

La competencia entre las dos potencias íberas se solucionó con una bula del papa Alejandro VI (1492-1503) en 1493, bula que demarcaba los territorios descubiertos y por descubrir del mundo, repartiéndolos entre portugueses o españoles. Al año siguiente se reformó la bula en el Tratado de Tordesillas, con el cual se daba más amplitud a las potencias.

El siguiente descubrimiento importante lo llevó a cabo Fernando de Magallanes (1480-1521), quien llegó a las Islas Marianas y a las Islas Filipinas desde América. Tras su muerte, Juan Sebastián el Cano (1476-1526) tomó el mando de la expedición, quién llegó a las Islas Molucas y envió un cargamento de especias a Sevilla. [1]

Estas islas no se encontraban delimitadas por el Tratado de Tordesillas, pero tras dos expediciones fallidas, el rey y emperador Carlos I de España (1516-1556) y V del Sacro Imperio Romano Germánico (1520-1558), dio las islas a los portugueses a cambio de trescientos cincuenta mil ducados en el Tratado de Zaragoza de 1529. La cesión de estas islas provocó la interrupción de la expansión española por Asia, centrándose en las Islas Filipinas y en las Américas. A partir de 1565 se consolidó la ocupación de las Islas Filipinas por el gobernador y capitán general Antonio de Legazpi (1510-1572).

En todo este proceso expansionista, los íberos llegaron a Japón y a China. Tras el asentamiento de los portugueses en Macao (1557), comenzaron las relaciones comerciales entre China, Japón y Portugal, las cuales se llevaban a cabo con el galeón anual de Macao. Este intercambio comercial fue muy beneficioso para todos: en Japón, los daimyô compraban seda china, mientras que en China se compraba la plata japonesa, un intercambio comercial que no se hubieses podido llevar a cabo sin el galeón de Macao, pues China había prohibido el comercio directo con los japoneses. El puerto de Nagasaki en Japón se convirtió en la terminal comercial asiática, lo que dio lugar al intento de evangelización de los portugueses a los nipones.

En cuanto a los españoles, su contacto se realizó a través del galeón de Manila, el cual conectaba Manila con Acapulco. Desde Manila se establecieron contactos con China, Japón y las Islas Molucas, llevando sus productos a Nueva España y a la Península Ibérica. Pero el galeón de Manila nunca llegó a ir a Japón de manera fija, sino que a finales del siglo XVI se intensificó el comercio debido a los mercaderes japoneses convertidos al cristianismo, así como a la proliferación de asentamientos nipones en Manila.

Durante el tiempo en el que los españoles y los portugueses estuvieron en el archipiélago nipón, se exportaron muchas mercancías a la Península. Estos objetos tenían dos métodos de llegada, por Occidente y por Oriente. Tanto españoles como portugueses iban desde Nagasaki hasta Macao, lugar desde donde los portugueses viajaban a Lisboa pasando por Malaca, Goa y toda la costa de África. En el caso de los españoles, el galeón iba desde Macao hasta Sevilla, pero tenía que pasar por Manila, Acapulco y Veracruz. [2]

La Embajada Tenshô:

Gran parte de esta labor internacional fue llevada a cabo por misioneros, quienes solían hacer de embajadores. Algunos aspectos de estos viajes de misioneros ya fueron tratados en el número “Especial Año Dual” del año 2014 por investigadores como Carolina Plou, Marisa Peiró, David Lacasta, Marc Taulé, Claudia Sanjuán o la Doctora Elena Barlés de la Universidad de Zaragoza.

La primera embajada enviada desde Japón a España y al Vaticano fue en 1582. Se trató de la Embajada Tenshô (1582-1590), promovida por la Compañía de Jesús y organizada por Oda Nobunaga por la iniciativa de los daimyô de Arina, Omura y Bungo. La embajada estaba compuesta por Mansho Itô, Miguel Chijiwa, Julião Nakaura y Marino Hara, cuatro japoneses jesuitas. Esta embajada quería reunirse con Enrique I de Portugal (1578-1580), pero los japoneses no supieron de su muerte hasta que se encontraron viajando. Finalmente, en 1584 se reunieron con Felipe II en el Palacio de El Escorial, y en 1585 con el papa Gregorio XIII (1572-1585) y con su sucesor Sixto V (1585-1600) en el Vaticano. La Embajada Tenshô tuvo la misión de consolidar el monopolio evangelizador a los jesuitas, pidiendo ayudas económicas tanto al rey de España como al papado. En ese mismo año, el papa dictaminó la orden de que los únicos que podían evangelizar Japón eran los jesuitas.

La Embajada Tenshô

La Embajada Tenshô

Cuando los embajadores volvieron a Japón en 1588, Nobunaga había fallecido, siendo el poder ocupado por Toyotomi Hideyoshi, quien en 1587 prohibió las conversiones al cristianismo de los nipones. Se trataba de un líder muy belicista que, en contra de la paz que Nobunaga había alcanzado con Corea en 1572, Hideyoshi emprendió su conquista. Las tropas coreanas, junto a las chinas, frenaron el avance japonés, perdiendo la guerra y firmando la paz en Pekín en 1593. A pesar de su derrota en la guerra, sus ansias no se calmaron, iniciando un nuevo conflicto en 1596; guerra que finalizó con la muerte de Hideyoshi en 1598. [3]

Las ganas de conquista de Hideyoshi ponían en peligro a las Islas Filipinas, cuyos habitantes tenían miedo de una invasión nipona. Este miedo estaba acrecentado por el ocultamiento a Japón de que Portugal había sido tomado por España, ya que Alessandro Valignano (1539-1606), misionero jesuita, fue el encargado de llevar la noticia de la conquista española a las Indias Orientales, pero cuando éste llegó a Macao, decidió ocultárselo a las autoridades niponas. La razón de la mentira fue porque muchos daimyô pensaban que Japón sería una futura colonia de España.

Las ganas de conquista de Hideyoshi ponían en peligro a las Islas Filipinas, cuyos habitantes tenían miedo de una invasión nipona. A esta situación debía sumarse el hecho de que el misionero jesuita Alessandro Valignano (1539-1606) había ocultado a las autoridades niponas la conquista de Portugal por parte de España. Valignano, que había recibido el encargo de transmitir esta noticia en las Indias Orientales, decidió al llegar a Macao que era mejor mantener en secreto la noticia, ya que muchos daimyô temían el riesgo de que Japón se convirtiese en una colonia española.

En este clima tan encrespado, se llevaron a cabo numerosos intercambios diplomáticos entre Filipinas y Japón. En la mayoría de los encuentros, Hideyoshi amenazaba con conquistar las islas españolas o les exigía que se convirtieran en una colonia nipona y que pagasen un tributo.[4] Probablemente, el motivo por el cual Hideyoshi se mostraba tan belicista contra los españoles se debiera a que conocía la noticia de la conquista de Portugal. A pesar de que Valignano no contase nada a Japón, es casi imposible pensar que las autoridades niponas no lo supiesen, ya que la Embajada Tenshô llegó al archipiélago nipón en 1588, lo que se suma a los comerciantes que viajaban entre Japón y Filipinas.

Entre esos comerciantes se encuentra Juan de Solís. Solís era un comerciante del Virreinato de Perú que quería crear una ruta comercial con China. Cuando Juan de Solís llegó a Macao, le requisaron todas sus pertenencias y su dinero, ocasión que aprovechó Valignano para intervenir. Éste le propuso a Solís que la única manera que tenía de recuperar su dinero y sus pertenencias era ir a Nagasaki e invertir en la evangelización de Japón mediante las llamadas “cajas jesuitas”, es decir, un sobrenombre dado a los seis mil ducados que los jesuitas tenían que pagar a Hideyoshi para poder predicar en Japón. Solís aceptó, pero al llegar a Japón no se le devolvió ni su dinero ni sus pertenecías, quedándose atrapado.

Tanto el dinero como las pertenencias de Juan de Solís financiaron la evangelización de Japón ese año. De este modo, Solís, quien se sentía estafado y humillado, decidió ir a entrevistarse con Hideyoshi. Según el escritor e investigador Fernando Iwasaki, Solís no fue el único engañado por Valignano, pero sí fue el único que decidió entrevistarse con Hideyoshi. De este modo, Solís intentó convencer a Hideyoshi de que los españoles querían conquistar Japón; y aunque no se sabe cuál fue la reacción de Hideyoshi, a Solís se le dio un palacio y un trato favorable, por lo que es probable que las amenazas del comerciante fuesen tomadas en serio. [5]

Los filipinos pidieron ayuda entonces a España, quienes enviaron al fraile dominico Juan Cobo (1547-1593) y al franciscano Pedro Bautista, quienes se encargaron de negociar la paz con Hideyoshi. El envío de estos dos monjes, en 1592 y 1593, posiblemente causase el enfado de Hideyoshi, pues los dominicos y los franciscanos querían imponer el cristianismo por la fuerza.

En 1596 el galeón de Manila San Felipe, dirigido por Matías Landecho, amarró en Hirado en busca de refugio. Allí, el señor de Hirado le requisó la mercancía y envió un emisario a Hideyoshi para que le ordenase como actuar. Landecho, para impresionar a los nipones, les habló acerca de la historia de España, y como antes de conquistar un país, éste había de ser evangelizado. Estas palabras dieron lugar a que en 1597, Hideyoshi, emitiese un edicto por el cual se condenaba a todos los cristianos a ser perseguidos, siendo martirizados cinco españoles, un indio y veinte japoneses. [6]

También es posible que el martirio se hubiese dado por los ataques y las críticas dichas por el comerciante Juan de Solís hacia los jesuitas, lo que se sumaba al hecho de que los franciscanos y los dominicos estaban imponiendo su fe por la fuerza.

Ese mismo año, el gobernador de las Islas Filipinas envió una misiva a la corte de Hideyoshi. Lo que pretendía Francisco Tello de Guzmán, gobernador de Filipinas, era recuperar el cargamento que había sido confiscado al galeón San Felipe el año anterior, así como reestablecer las conexiones con el archipiélago nipón. Hideyoshi, a pesar de negarse a devolver la mercancía requisada, le permitió el comercio con su país, así como prometió mejorar la relación entre los nipones y los hispanos.

El inicio de la era Tokugawa y la Embajada Keichô:

Tras la muerte de Hideyoshi en 1598, Tokugawa Ieyasu retomó las relaciones comerciales con las Islas Filipinas. Para ello, en 1599 nombró al franciscano Jerónimo de Jesús embajador de Japón en Filipinas, quien era misionero en Japón desde 1594. De este modo, en 1602, se retomaron las relaciones comerciales entre España y Japón.

En 1609 tuvo lugar el naufragio del galeón San Francisco en las costas de Japón, en cuyo interior se encontraba Rodrigo de Vivero y Velasco, exgobernador de Filpinas (1608-1609). Vivero fue a Suruga a entrevistarse con Ieyasu, ya retirado, y con su sucesor Tokugawa Hidetada, con la intención de mejorar las relaciones amistosas entre España y Japón. En dicha reunión, Vivero pidió protección para los religiosos españoles, así como la liberación de aquellos misioneros encarcelados, y la expulsión de los holandeses, mientras que Hidetada solicitó que se enviasen mineros desde América para explotar las minas de plata. El 20 de diciembre de 1609 se firmaros unas capitulaciones que formalizaron estos términos, aunque no se incluyó en ellas la expulsión de los holandeses, ya que Hidetada ya tenía un acuerdo con ellos.

Fueron los franciscanos Luis Sotelo (1574-1624) y Alonso Muñoz (cronología desconocida) quienes se encargaron de ser los embajadores de Hidetada en la corte de Felipe III (1598-1621) y transmitirle su nuevo pacto, aunque Alonso Muñoz se quedó en México. Luis Sotelo llegó a Sevilla en 1611, aunque la respuesta del Consejo de Indias a Hidetada no se dio hasta el 10 de mayo de 1613. Antes de enviar la respuesta a Japón, llegaron a España las noticias de que Hidetada estaba persiguiendo a los cristianos, lo que les hizo cambiar de parecer respecto a la respuesta. En el año 1612, debido al miedo de Hidetada respecto hacia las intenciones de los cristianos, emitió un edicto por el cual habían de ser perseguidos. En ese momento, se volvió a cancelar el comercio entre los países.

Entonces, desde Nueva España se envió a Sebastián Vizcaíno (1547-1627) a Japón, quien, al llegar, se reunió con Ieyasu y con Hidetada, igual que había hecho Muñoz años antes. En esa reunión, intermediada por Luis Sotelo, Vizcaíno solicitó sondar los puertos nipones para poder comercializar con Japón de nuevo. Durante una expedición por las costas del norte de Japón, Vizcaíno entró en contacto con el Date Masamune (1567-1636), quien estaba interesado por mantener la paz con Felipe III.

Cuando Vizcaíno marchó de Japón, sin obtener una respuesta de Hidetada, fue a explorar las Islas Ricas en Oro y Plata [7] sin el consentimiento del shôgun. El mal tiempo destruyó su barco, e hizo que tuviese que regresar a Japón, donde Hidetada no le dio permiso ni para repararlo ni para seguir comerciando.

Finalmente, gracias a la ayuda de Masamune, Vizcaíno viajó a Nueva España junto a Luis Solteo y al samurái Hasekura Rokuemon Tsunenaga (1571-1622). Sotelo y Hasekura formaron la Embajada Keichô (1596-1615), cuya misión fue la de servir de embajadores entre Japón, España y el Vaticano. La Embajada Keichô partió, a espaldas de las autoridades niponas, el 28 de octubre de 1613 desde Tsukinoura. Llegaron a Madrid el 5 de diciembre de 1614, siendo recibidos por Felipe III el 30 de enero de 1615. Hasekura le pidió al rey que enviase religiosos a Japón y que protegiese el comercio entre Nueva España y el feudo de Data Masamune. También le solicitó ser bautizado, lo cual sucedió el 17 de febrero de 1615 en el Monasterio de las Descalzas Reales de Madrid bajo el nombre de Felipe Francisco. Desde España, la Embajada de Hasekura partió a Roma.

Mientras la Embajada Keichô realizaba el viaje, el cristianismo fue prohibido en Japón, lo que provocó que la Embajada viajase a Roma sin obtener una respuesta del rey. El 3 de noviembre de 1615, Hasekura se reunió con el papa Paulo V (1605-1621), a quién le entregó las cartas escritas por Masamune. La respuesta del papa fue dada el 27 de diciembre del mismo año, entregando tres cartas: una para Masamune, otra para un grupo de japoneses cristianos y otra para Felipe III. También se informó a Luis Sotelo que no sería nombrado obispo del norte de Japón. [8]

El 17 de abril de 1616 llegaron a Madrid, y le entregaron la carta a Felipe III. Fue en julio de 1617 cuando Hasekura y Sotelo partieron hacia Nueva España, lugar desde donde fueron a Manila. Allí, Hasekura tuvo que ahorrar para comprar un nuevo barco y poder llevar todos los objetos que traía de Occidente, volviendo a Japón el 22 de septiembre de 1620. A su llegada fue protegido por Date Masamune, y se llevó una gran decepción debido a como habían cambiado las cosas en Japón. Hasekura murió al año siguiente de una enfermedad que había contraído años antes en Europa. Por su parte, Luis Sotelo llegó a Nagasaki en septiembre de 1622. Al llegar fue apresado, a pesar de solicitar clemencia y pedir entregar una carta del rey de España a Masamune. Finalmente, el 25 de agosto de 1624 fue quemado vivo.

La Embajada Keichô en Roma.

La Embajada Keichô en Roma

La Embajada Keichô fracasó, y los españoles fueron expulsados de Japón. De este modo, en el país solo quedaron algunos portugueses y los holandeses, quienes no tenían ninguna intención de expandir el cristianismo, aunque los lusitanos fueron expulsados, finalmente, en 1639. Desde 1641 hasta 1853, Japón quedó aislado del exterior, permitiendo solamente a los holandeses y a los chinos comerciar con ellos, aunque ambos reducidos e islas artificiales de la Bahía de Nagasaki, de las cuales tenían prohibido salir. La Embajada Keichô fue la última embajada japonesa entre el archipiélago nipón y el resto del mundo hasta la llegada de los estadounidenses en 1853.

La importancia que tuvieron estas embajadas fue vital para el desarrollo comercial, religioso y artístico entre Japón y España. De hecho, en estas relaciones internacionales el arte fue muy importante, dejando grandes muestras artísticas en ambos países, como ya se pudo ver en un artículo anterior, Asia y Europa, dos continentes conectados mediante el comercio de obras artísticas: laca japonesa y su atracción en Occidente.

Pero, dejando el arte de lado, la importancia de estas embajadas reside ya en el hecho de querer que se llevasen a cabo relaciones entre ambas potencias. Estas ansias fueron las que acabaron dando lugar, finalmente, al cierre de Japón al exterior hasta la llegada de los estadounidenses en el siglo XIX, pero fue un momento muy importante para ambos países, pues los dos evolucionaron a partir de este momento, teniéndolo siempre en su memoria.

Para saber más:

Cabezas, Antonio. El siglo ibérico del Japón. La presencia hispano-portuguesa en Japón (1543-1643). Valladolid, Universidad de Valladolid, 2012.

Cid Lucas, Fernando [coord.]. Japón y la Península ibérica: cinco siglos de encuentros. Gijón, Satori Ediciones, 2011.

Kawamura, Yayoi [dir.]. Lacas Namban: huellas de Japón en España: IV Centenario de la Embajada Keichō. Madrid, Ministerio de Educación Cultura y Deporte, Subdirección General de Documentación y Publicaciones, 2013.

Sola, Emilio, Historia de un desencuentro: España y Japón, 1580-1614, Alcalá de Henares, Fugaz, 1999.

Valladares, Rafael. Castilla y Portugal en Asia (1580-1680): declive imperial y adaptación. Lovaina, Universidad de Leuven, 2001.


Notas:

[1] Palau, Mercedes. “Españoles en el Pacífico. Siglos XVI-XVIII”, en Manila, 1571-198: Occidente en Oriente. Madrid, Centro de Estudios Históricos de Obras Públicas y Urbanismo, 1998, p. 143.

[2] Kawamura, Yayoi. “Obras de laca del arte namban en los Monasterios de la Encarnación y de las Trinitarias de Madrid”, en Reales Sitios, Nº 147. Madrid, Patrimonio Nacional, 2001, p. 7.

[3] Cabezas, Antonio. El siglo ibérico del Japón. La presencia hispano-portuguesa en Japón (1543-1643). Valladolid, Universidad de Valladolid, 2012, pp. 209-213.

[4] Schruz, Wiliiam Lytle. The Manila Galleon. Manila, Historical Conservation Society, 1985, pp. 91-92.

[5] Iwasaki, Fernando, “La relación entre Japón y el Imperio Español durante los siglos XVI y XVII”, Salamanca, Centro Cultural Hispano-Japonés, 13-04-2016.

[6] Cabezas, Antonio. El siglo ibérico del Japón. La presencia hispano-portuguesa en Japón (1543-1643). Valladolid, Universidad de Valladolid, 2012, pp. 266-267.

[7] Las Islas Ricas en Oro y Plata fue una denominación que los españoles dieron a unas islas que se encontraban en Japón y que, según una leyenda, tenían grandes yacimientos de oro y plata. Aunque para los europeos tan sólo fue una leyenda, realmente si existieron las islas, pero no con ese nombre. Se trata de una isla perteneciente a la actual Prefectura de Nigata y que recibe el nombre de Isla de Sado. La leyenda viene porque en 1601 tres mineros japoneses encontraron yacimientos de oro y de plata, convirtiéndose en la principal fuente de plata y de oro del gobierno nipón desde 1604. Es probable que los españoles que viajaban a Japón hubiesen oído acerca de estas islas, difundiendo así el mito de que había unas islas llenas de oro y de plata.

[8] La razón por la que Luis Sotelo viajó a Europa no fue sólo para pedir más ayuda para la evangelización, sino que quería crear otra Iglesia en Japón independiente del obispado jesuita del Sur. La imagen que se tenía acerca de Sotelo no era muy favorable, siendo esta la razón por la que el obispo jesuita Luis Cerqueira, suponiendo las intenciones de Sotelo, envió una carta al Vaticano advirtiendo acerca del comportamiento y el verdadero motivo del viaje de Sotelo a Europa.

avatar Daniel Rodríguez (208 Posts)

Profesor de Geografía e Historia. Graduado en Historia del Arte en la Universidad de Oviedo, con un Máster Universitario en Estudios en Asia Oriental cursado en la Universidad de Salamanca y otro Máster Universitario en Formación del Profesorado de Educación Secundaria Obligatoria, Bachillerato y Formación Profesional en la Universidad de Oviedo. Ha trabajado para el Museo Arqueológico de Asturias, la sala de exposiciones LAUDEO, la Universidad de Salamana, Satori Ediciones y la Academia Formación Sagan.


Share

Deja una respuesta

Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.