Revista Ecos de Asia

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This article was written on 14 Feb 2014, and is filled under Varia.

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Regreso al Este. En búsqueda del origen de la medicina occidental.

Últimamente, el estatuto de la sanidad pública se ha cuestionado por las fuerzas regentes de nuestro país; de pronto la figura del médico y el hospital ya no se perciben como algo seguro y eterno y somos conscientes de la temporalidad de estos símbolos de la sociedad del bienestar. Explorando este carácter temporal, evitando el hacer cábalas sobre el futuro, indaguemos, mejor, en el pasado de nuestra medicina.

El origen de la misma radica en el saber griego, pero conservada en el mundo islámico del Próximo Oriente, que no tuvo reparos en asimilar los conocimientos locales y las influencias de la medicina clásica india que lindaba con las fronteras del Islam. A diferencia de otros campos, la medicina, tanto en el compendio de su conocimiento como en el acceso al ejercicio de la misma, no conocía por aquella época discriminaciones culturales o religiosas. Aunque nos vamos a referir en este pequeño artículo al Oriente Próximo, muchas de las características y avances de esta rama del saber se propagaron con dirección hacia Occidente, primero en zonas islamizadas para, posteriormente, al menos durante algún tiempo, asimilarse en zonas cristianas.

Una de las ciudades más importantes en lo que concierne al saber médico es, sin lugar a dudas, Bagdad. Aunque la escuela de Nisibis en el siglo VI y más tarde la ciudad de Yundisapur (Gundisapur, actualmente en la provincia de Khuzestán, al suroeste de Irán) fueron importantes centros culturales persas, es en el año 762 d. C. cuando se funda la capital del califato, que sería el lugar donde más se avanzaría en dicho campo. La escuela de Bagdad se nutre de las obras de Galeno y de Hipócrates, que habían sido recopiladas y traducidas por los nestorianos y monofisitas. No en vano, la ciudad de Bagdad era un importante centro de traducción al árabe, ya desde el siríaco o directamente del griego. En dicho contexto histórico es cuando se recopilan las primeras grandes obras de referencia, tal como El Paraíso de la Sabiduría (Firdaws al-hikma), escrito por Alí ibn Rabban al- Tabari, que aúna el sistema galénico con la medicina clásica india.

Bagdad pierde su estatus de capital de la cultura con la caída del califato abasí en el último cuarto del siglo X. Este papel será asumido en adelante por las diferentes capitales de las provincias independizadas del califato. La nueva situación de inestabilidad favoreció la movilidad de los médicos ilustres de la época, como por ejemplo Ibn Sina (980-1037 d. C.), conocido por su nombre latinizado de Avicena en Occidente, que no tuvo residencia fija durante la mayor parte de su vida.

Imagen correspondiente al patio del Bimaristan Argun en Aleppo, Siria. Construido en 1354, orientado a tratar a enfermos mentales. Fotografía por Bernard Gagnon.

Imagen correspondiente al patio del Bimaristan Argun en Aleppo, Siria. Construido en 1354, orientado a tratar a enfermos mentales. Fotografía por Bernard Gagnon.

Pero no sólo en grandes mentes residían estos avances, sino también en las instituciones; siendo las más conocidas la madraza, que es la escuela de medicina, y por otra parte el bimaristán, el hospital. La madraza por lo general se localizaba dentro de las mezquitas, pues el estudio quedaba legitimado por el hecho de que el Profeta considerase que la teología y la medicina eran disciplinas merecedoras de ser aprendidas para la vida intelectual y física. En las clases, un maestro se situaba en un lugar elevado y a su alrededor se sentaban los alumnos. La parte teórica consistía en la exégesis (en la interpretación crítica de los textos), mientras que la parte práctica consistía en pasar consulta y visita médica. Debido a la dualidad de la enseñanza, los estudiantes no formaban parte solamente de la madraza, sino que también frecuentaban los bimaristan acompañando a los hakim (médicos) en calidad de auxiliares.

Imagen correspondiente a la planta Digitalis purpurea, de la cual se puede obtener la digoxina, un medicamento antiarrítmico y útil en ciertos casos de insuficiencia cardíaca. Hoy en día se prefieren otros fármacos debido a sus más favorables propiedades farmacodinámicas. Fotografía por Philip Jägenstedt.

Imagen correspondiente a la planta Digitalis purpurea, de la cual se puede obtener la digoxina, un medicamento antiarrítmico y útil en ciertos casos de insuficiencia cardíaca. Hoy en día se prefieren otros fármacos debido a sus más favorables propiedades farmacodinámicas. Fotografía de Philip Jägenstedt.

Hoy en día nos puede resultar extraño, pero la titulación y la enseñanza de la medicina no estaban regladas por lo general, y muy pocas ciudades contaban con exámenes que autorizasen a los médicos para ejercer. A lo anterior hay que hacerle una puntualización, dado que a partir del siglo XI sí hubo cierta reglamentación de la enseñanza y las madrazas, además de servir de centro de estudio y residencia de los alumnos, incorporaron bibliotecas, farmacias e instalaciones hospitalarias. Las farmacias, a veces incorporadas en los hospitales, poseían ingentes cantidades de medicamentos, hasta tres mil drogas que tenían que ser inspeccionadas para evitar fraudes con productos sucedáneos. Algunas de estas plantas indudablemente eran poco más que un placebo, pero algunas de ellas son tan notorias como el opio y la digital, a partir de las cuales hoy en día se obtienen tanto analgésicos mórficos como medicación cardiaca respectivamente.

Al igual que las madraza evolucionaron con el paso de los años, también lo hicieron los bimaristanes (aunque ya se ha comentado que Bagdad contó con el primer hospital de cierta importancia en el año 981 d. C., y hasta la invasión mongola de 1258 d. C.). Durante los siglos XI y XII florecieron grandes instituciones hospitalarias en todo el Oriente islámico, tales como el Nuri o Kaimani en Damasco. Muchos de dichos hospitales eran motivo, junto a los maestros que en ellos ejercían, de peregrinación desde todos los rincones del mundo en busca de aprendizaje o de curación. Estos hospitales, herederos del modelo bizantino, contaban con una administración independiente a los médicos, y su labor se dividía en salas diferenciadas para cada tipo de enfermo. Así, existían por ejemplo los departamentos de enfermedades febriles, de alteraciones del metabolismo, para la cirugía o incluso para los enfermos mentales.

A diferencia del modelo cristiano de hospital, el clero no formaba parte del bimaristan, existiendo una mayor integración entre médicos y cirujanos y, en general, eran instituciones de mayor importancia que sus homólogas cristianas.

En paralelo a la estructuración de las instituciones sanitarias hubo intentos de codificar el saber médico de la época, tomando como ejemplo a Avicena, cuya obra El canon de medicina (ca. 1020) fue uno de los tratados con mayor renombre en su tiempo. La influencia del volumen de Avicena no se limitó solo al mundo islámico, sino que también dio el salto a Europa al ser traducido al latín. Sin embargo el Canon, al ser en parte una obra que gira en torno al galenismo, fue desplazado durante el Renacimiento por las traducciones directas de dicho autor.

Así, podemos afirmar que la medicina islámica de la Edad Media es una continuación de la medicina galénica que se practicaba en la época, pero no limitada a lo ya conocido. El afán de conocimiento de muchos autores propició la estructuración semiformal del estudio y, con ello, del avance de la medicina. El tándem madraza-bimaristan nos es de sobra conocido en la actualidad, pues es análogo al sistema facultad-hospital clínico en el que se cimenta la educación médica de hoy en día. Es cierto que la importancia real de los célebres autores como Avicena ha sido actualmente puesta en tela de juicio (al igual que la de otros médicos más contemporáneos) por algunos estudiosos del tema, como López Piñero. Sin embargo, pocos son los personajes históricos que escapan a la glorificación por motivos políticos o culturales con el paso del tiempo.

Para saber más:

  • López Piñero, J. M., La medicina en la historia, Madrid, La esfera de los libros, 2002.
  • Laín Entralgo, P., Historia universal de la medicina. Vol.III : Edad Media, Barcelona, Salvat, 1972-1974.
avatar David Galindo (1 Posts)

David Galindo Rodríguez, en la actualidad estudiante de grado en Medicina en la Universidad de Zaragoza e interesado en el campo de la Historia de la Medicina.


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