Revista Ecos de Asia

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This article was written on 18 Nov 2015, and is filled under Historia y Pensamiento.

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Shindo Renmei: los últimos samurais del Brasil del apartheid

Como vimos en otros artículos, la relación de Japón con Brasil ha sido fructífera para ambos países en términos absolutos y ha propiciado la aparición de fenómenos insólitos en la Historia de la migración. No obstante, esto no significa que las personas que fueron protagonistas de estos hechos salieran beneficiadas de ello; al contrario, la vida de los nipo-brasileños (nikkei)[1] fue en general triste, dura y sin recompensa alguna, y si no tenemos en cuenta esto no seremos capaces de comprender el porqué de los brutales episodios que trataremos a continuación. Para ello, contextualicemos en primer lugar la situación de los japoneses que a mediados de los años 30 vivían en los alrededores de Sao Paulo y cómo eran vistos por las autoridades brasileñas.

Getulio Vargas, presidente e ideólogo máximo del Estado Novo y una de las figuras políticas más importantes para entender el s. XX en Brasil.

Getulio Vargas, presidente e ideólogo máximo del Estado Novo y una de las figuras políticas más importantes para entender el s. XX en Brasil.

Brasil era un país que había crecido en gran parte gracias a la llegada de población migrante de todas partes del mundo. El meltin pot[2] que allí se daba a principios del siglo pasado, sin embargo, no se traducía en igualdad de oportunidades para todos los extranjeros, pues había una clase dirigente claramente diferenciada de raza blanca proveniente de Europa y muchos otros de contextos menos privilegiados, africanos ex-esclavos, obreros y buscavidas occidentales y, el caso que nos ocupa, asiáticos. Las tensiones entre grupos opresores y oprimidos estaban a la orden del día y los argumentos basados en el darwinismo social eran esgrimidos sin pudor alguno, por mucho que nos pudiera sorprender si pensamos que Brasil se alineó con los aliados en la II Guerra Mundial. No obstante, el gobierno de por aquel entonces, la dictadura populista encabezada por Getulio Vargas conocida como Estado Novo, tenía entre sus máximos intereses la blanquificación del país y la creación de una identidad nacional basada en la supremacía de lo occidental sobre lo autóctono, lo africano o lo asiático.

Aunque ya en el XIX (y de hecho, ya desde la época del el esclavismo) se mostraba esta tendencia, el inicio se puede situar en el  1933, cuando en la Assembleia Nacional Constituinte se discuten las “tesis científicas” de eugenesia racial. Sus máximos defensores, el médico Miguel Couto y el escritor Francisco José de Oliveira consiguen que se implementen medidas contra la concentración de inmigrantes en territorio nacional. En este momento, el area de Sao Paulo cuenta con doscientos mil japoneses que se encargaban de más de la mitad de la producción de productos clave para el país como el café, el algodón o la seda, y sus comunidades rurales eran todavía muy cerradas y su integración escasa. De hecho, el 90% de ellos hablaba japonés, al igual que sus hijos, escolarizados en nihongakus (escuelas niponas), y contaban con sus propios medios de comunicación (se contaban al menos veinte periódicos en lengua japonesa).

No es de extrañar, entonces, que tras las luchas políticas que antecedieron la creación del Estado Novo, las comunidades nikkeis se pusieran en el punto de mira de los militares más recelosos de aquello que llamaban “peligro amarillo”. Con el decreto 383 en abril del 1939 comienza el appartheid de facto: las nihongakus son cerradas y las publicaciones en lengua extranjera prohibidas. A la Casa Bratac, precedente del Banco de América do Sul, en donde la mayor parte de los nipo-brasileiros tenían sus ahorros, le son confiscados sus bienes raíces y los cargos extranjeros son depuestos y sustituidos por dirigentes brasileños, que llevan la entidad prontamente a la bancarrota.

El asunto se pone mucho peor tras el ataque a Pearl Harbor. El Ministro de Justicia de aquel entonces, Francisco Campos, prohíbe la llegada de 400 inmigrantes bajo la acusación de ser un “quiste étnico y cultural” mientras que Carlos Martin Pereira i Sousa, embajador en los aliados EE.UU., propone crear campos de internamiento copiando el modelo que allí ya se venía empleando. El gobierno, temeroso de que la lealtad de los japoneses a su emperador y la situación de penuria en la que viven les lleve a revueltas internas, les prohíbe circular libremente por el país, conducir vehículos y, llegados a un punto, los agentes de la DEOPS (Departamento Estadual de Ordem Pública e Social) comienza la movilización de más de siete mil inmigrantes, desalojándolos y dándoles a penas una semana de margen para abandonar la costa paulista hacia el interior, con la idea de fragmentar la cohesión de la comunidad nipona.

En este escenario es en el que Hirohito anuncia la rendición incondicional de su país en agosto de 1945, pero dado el aislamiento y las condiciones de sus súbditos en el Brasil, la noticia no es recibida con buenos ojos: la comunidad nikkei se divide entre aquellos que aceptan la derrota y los que se niegan a asumir los hechos. Estos últimos serán la

La prensa del régimen estadonovista fue imprescindible para poner a la población en contra de los emigrantes japoneses

La prensa del régimen estadonovista fue imprescindible para poner a la población en contra de los emigrantes japoneses

inmensa mayoría y se autodenominarán kachi-gumi, mientras que se referirán a los primeros como make-gumi, a los cuales algunos no tardarán en declarar una sucia y agria guerra. Hiroshi Yamanaka, representante de los derrotistas y tiroteado por ello, calificará el evento como algo “único y sin precedentes en la Historia de la migración”. De hecho, no hay registros de que en ningún otro lugar del exilio nipón sucederá nada parecido.

La falta de referentes análogos y la escaseza de investigaciones académicas sobre ella (hasta los años noventa permaneció en el olvido), nos causan problemas para entender esta realdad, pero también hay ciertos puntos que podrían darnos pistas. En primer lugar, la composición social de uno y otro bando era radicalmente distinta. Mientras que la mayoría kachi-gumi estaba formada por trabajadores rurales de procedencia humilde, cuyo máximo sueño era escapar de la miseria a la que habían sido condenados en Brasil y volver a su país natal, los maki-gumi eran los pocos profesionales liberales de clase media que vivían en las ciudades y, sobre todo, se diferenciaban en que sabían hablar portugués y por tanto leer las noticias que llegaban acerca del devenir de la guerra, ya que siendo prohibidos los periódicos en lengua foránea, el 80% de los japoneses no podía saber lo que estaba pasando; y bajo su lógica era imposible que la guerra se perdiera, pues a parte de que Japón jamás había llegado a ser invadido con éxito en toda su Historia por una potencia externa, se suponía que el emperador era un ser infalible y su pueblo estaba protegido por kami-sama (Dios). Sólo hace falta recordar el fenómeno de los zan-ryū Nippon hei (“los soldados dejados atrás”), combatientes aislados que se negaron a entregar las armas incluso décadas después de la rendición, siendo el más célebre Hiro Onoda,  que fue encontrado en Filipinas en 1974. Tal era el convencimiento de los súbditos del tenno[3] en la inevitabilidad de su victoria.

Pero a esto también hay que sumarle la opresión por parte de la dictadura de Vargas, responsable de  una auténtica caza de brujas que dejó tras de sí más de 30 mil detenciones y 300 encarcelados en juicios sumarísimos, por no hablar del poco respeto con el que sus policías trataban a los nipones, persiguiéndolos sin descanso y humillándolos en interrogatorios y palizas en los que eran obligados a pisar o escupir la efigie del emperador y la hinomaru (la bandera del disco solar), confinándolos en cárceles aisladas o campos de internamiento como el de Tomé-Açú o el correcional de Ilha Anchieta. La paranoia se extendió entre las fuerzas del orden brasileñas, que acusaban de espionaje a cualquiera sin ton ni son, y los derrotistas make-gumi, en sus intentos de calmar los ánimos, se ganaban la animadversión de sus compatriotas, señalados como quintacolumnistas y colaboradores de los EE.UU.

La mayoría de los nipones en Brasil, en una situación de postramiento ante este  apartheid efectivo, mantuvieron clandestinamente reuniones y crearon organizaciones con el fin de preservar el Yamato Damashii (“espíritu japonés”) frente a la represión del gobierno. El tema de las sociedades secretas es clave en la evolución política de Japón; muchas de ellas florecían en época Meiji y fueron conspirando a lo largo de décadas, influenciando y vigilando de cerca la política institucional. No todas eran reaccionarias, aunque la mayoría eran de sino conservador -baste recordar la Genyōsha (de donde surgieron grandes clanes yakuza) o el Kokyrykai (Dragón Negro) donde militó el futuro golpista e ideólogo militar Kita Ikki- y son imprescindibles para entender el ultranacionalismo nipón.

Brasil estuvo plagado de ellas: la Taisei Yokusan Doshikai (Asociación de los Correligionarios de la Cooperación de la Gran Política), Zaihakuzaigo Gunjinkai (Asociación de exmilitares), el Tenchugumi (Grupo de Castigo Celeste) o el Sei Aikoku Dan (Grupo de los Verdaderos Patriotas), que luchaban por preservar la “pureza” nipona. Pero la más tristemente célebre fue sin duda el Shindo Renmei (Liga del camino de los súbditos).

Ficha policial del ex-coronel Junji Ikawa, líder espiritual y fundador del Shindo Renmei.

Ficha policial del ex-coronel Junji Ikawa, líder espiritual y fundador del Shindo Renmei.

Fundada en un momento indeterminado después del fin de la guerra por el coronel Junji Kikawa (viejo conocido de las fuerzas del orden por su furibunda defensa de la superioridad racial japonesa), a ellos se les atribuye haber asesinado a veintitrés personas y herido a al menos 147. Sin embargo, lo resaltable es que ninguno de los muertos fue brasileño, sino que los objetivos de su ira fueron siempre sus paisanos, a los que señalaban por traidores y por haber vendido su fidelidad hacia el emperador. El Shindo Renmei no era una organización terrorista per se, sino que había sido creada en contraposición a la brasileirización de algunos japoneses (los make-gumi) y, de hecho, en su origen era una mutua de socorro creada como alternativa a las mutuas cristianas, que no obstante, ayudaba a las familias japonesas sólo a cambio de que mostrasen una inquebrantable fe en la victoria del tenno y el repudio al Estado Novo, llamando al saboteo de las haciendas donde los asiáticos trabajaban e incluso llegando a trucar fotos y tergiversando la poca información exterior que llegaba, manteniendo sus posturas sobre la inminente victoria japonesa en la guerra y la llegada de un barco que llevaría a todos los exiliados de vuelta al archipiélago del Sol Naciente, unas proclamas de corte muy cercano al milenarismo.

Relata el historiador Rogério Dezem que el Shindo Renmei no era más que “el principal producto de la crisis, y no su desencadenador”, y que a penas una facción minoritaria fue aquella que llevó a cabo actos violentos, ni siquiera quedando claro a día de hoy si fueron espontáneos o formaban parte de un plan dirigido. Muchas veces se trató de una reacción a la deshonra que suponía para los japoneses vivir bajo aquellas condiciones, por ejemplo, en el célebre episodio de la bandera de Tupa, en la colonia de Coim, donde los agentes de la DEOPS se presentaron en una reunión no autorizada, asaltando el lugar, deteniendo a todos y acusándolos de portar armas, mientras el oficial de mando bajaba la bandera hinomaru y se limpiaba las botas con ella.

Y entonces, ¿por qué en la mayoría de casos los blancos de la ira de los radicales patriotas no eran tanto sus opresores como sus compatriotas? Para Tokuichi Hidaka, que con 19 años formó parte del “pelotón de los chicos suicidas” (tokkotai) que asesinó al coronel Jinsaku Wakiyama, “el pensamiento en esa época no era matar a una persona si no detener a un traidor a la patria”. Después del incidente, Hidaka se entregó a la policía junto con sus compañeros, habiendo cumplido su misión, y sufrió condena, como muchos en aquella época, hasta que décadas después se decretó una amnistía general para los emigrantes detenidos por el régimen del Estado Novo. En su fervor religioso hacia el emperador y la victoria de su país, ninguno de los participantes en estas acciones consideraba que estuviera haciendo el mal, sino que eran armas justicieras por un bien mayor: hacer pervivir el imperio de Su Majestad, como reza su himno, durante mil años. Pero sobre todo, lo hicieron por, consciente o inconscientemente, dotar de sentido a una existencia sin proyecto de futuro como era la suya.

Los "7 Samurais de Tupa" que intentaron dar caza sin éxito al oficial que se limpió las botas con la bandera japonesa. Se conviertieron en héroes de la comunidad nikkei. FUENTE: Colección del Museu Histórico da Imigração Japonesa no Brasil.

Los “7 Samurais de Tupa” que intentaron dar caza sin éxito al oficial que se limpió las botas con la bandera japonesa. Se conviertieron en héroes de la comunidad nikkei. FUENTE: Colección del Museu Histórico da Imigração Japonesa no Brasil.

Aún después de que el Shindo Renmei desapareciera tras el encarcelamiento del coronel Kikawa y la progresiva aceptación de los nikkeis de que, efectivamente, Japón había perdido la guerra y el emperador era humano, el Estado Novo siguió con su política de desconfianza hacia ellos. La votación para expulsarlos y prohibir su emigración en la Constitución de 1946 acabó en empate, y un sólo voto fue el que impidió que la segregación étnica perviviera en las leyes del país amazónico. Pero la vida de los emigrantes siguió siendo miserable, ahora que se encontraban sin un elemento cohesionador común al haber quedado destrozado su país y sus ilusiones, y el odio de instituciones y medios de comunicación brasileños pervivió durante décadas. No fue hasta 2012 que el gobierno formó un gabinete de investigación para dilucidar cuántas violaciones a los derechos humanos se habían cometido en aquel período, la Comisión Nacional de la Verdad, que pidió disculpas oficiales a los represaliados al año siguiente de la investigación. Al final, todo el episodio se redujo, nuevamente, a la brutal y descarnada reacción de los oprimidos contra una situación de postramiento y desesperanza como era la de los emigrantes japoneses en la II Guerra Mundial. Como solían decir en aquella época: imin wa kimin da (“los emigrantes son gente olvidada”).

Para saber más:

  • Yami no ichinichi, documental de Mario Jun Okuhara. Disponible aquí
  • Morais, F., Coraçoes Sujos, Sao Paulo. Companhia das Letras, 2000
  • Coraçoes Sujos, adaptación cinematográfica de Vicente Amorín. Ficha en IMDB

[1] Nikkei es un término genérico usado para referirse a los japoneses en la diáspora y a sus descendientes

[2] Literalmente, crisol de razas. Expresión acuñada por el escritor Israel Zangwil a principios del s. XX para referirse a una mezcla racial en un territorio determinado (a menudo ejemplificado en los EEUU), a menudo idealizando la convivencia de las mismas aunque ella no se diera de forma necesariamente pacífica.

[3] Término empleado para referirse a la posición del emperador japonés sobre sus dominios y subalternos. 

avatar Hector Tome Mosquera (15 Posts)

Se licenció en Historia por la Universidad de Santiago de Compostela, afincado ahora en Barcelona, donde colabora con diversos proyectos literarios, periodísticos y políticos.


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