Revista Ecos de Asia

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This article was written on 13 Nov 2014, and is filled under Varia.

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YOHJI YAMAMOTO: la revolución de la alta costura.

Imagen obtenida de vogue.es

Imagen obtenida de vogue.es

“I think perfection is ugly. Somewhere in the things humans make. I want to see scars, failure, disorder, distortion.  If I can feel those things in works by others, then I like them. Perfection is a kind of order, like overall harmony and so on… They are things someone forces onto a thing. A free human being does not desire such things.”[1]

En 1981 una revolución agita los cimientos de la moda en París. Y, pese a que los franceses se jactan de pertenecer a la nacionalidad más revolucionaria, no son los galos quienes la protagonizan, sino dos diseñadores japoneses: Yohji Yamamoto y Rei Kawakubo. Ya en un artículo anterior vimos como Miyake había abierto el camino a los diseñadores japoneses más innovadores, que tendrían mucho que decir al respecto en la posmodernidad que se aplicó a la moda durante el último cuarto del siglo XX.

Hoy hablaremos tan solo de Yamamoto, diseñador oriundo de Tokio. Éste nunca se vio cómodo dentro de las etiquetas  de  japonés u occidental en el sentido estricto de la palabra, ya que para él, como para tantos otros, el Tokio en el que creció es la capital no solamente de Japón, si no también de la cultura de masas, lo novedoso, el cosmopolitismo y lo transcultural. Tras finalizar en la capital japonesa sus estudios de Derecho, iniciará en 1968 otros dedicados a la moda en el Bunka College of Fashion de esta misma ciudad. Gracias a estos estudios conseguirá en 1969 una beca a París.

De la capital de la moda aprendió cómo funcionaba la industria del diseño textil. Por ello, ya en 1970, estaba preparado para fundar su primera compañía llamada Yohji Yamamoto. Su colección inaugural fue mostrada en Tokio en 1976, pero sus diseños no pisaron  el viejo continente hasta abril de 1981 cuando, en el exclusivo ambiente del International Hotel de París, 100 asistentes quedarían profundamente impresionados por la novedad de sus diseños. Esta decisión de no presentar sus colecciones sólo en la semana de la moda de París se convertirá en algo clásico en su carrera  que, hasta la fecha, le ha llevado a organizar sus desfiles en lugares tan diferentes como la Sorbona, la ópera de Garnier, la Chambre Syndicale  de la Couture Parissiene…

Como a Miyake y a otros autores de su época, no le es ajeno el usar otras esferas del arte para trabajar en su concepción de las vestimentas. Interpreta la moda como un fenómeno intelectual, por ello constantemente veremos incursiones suyas en cine trabajando con Takeshi Kitano (Brother 2002)  o Win Wenders ( Notebook on cities and clothes 1989), y en diversos museos.

El personaje de Bowie, Ziggy Stardust solía llevar los modelos diseñados para él por Yamamoto.

El personaje de Bowie, Ziggy Stardust solía llevar los modelos diseñados para él por Yamamoto.

No sólo sus maneras de mostrar al mundo sus ropas son diferentes, todo en él será atípico. Hemos de tener en cuenta que, criado en el austero ambiente de la posguerra japonesa, es uno de esos nipones fascinados por el consumismo y la modernidad crecidos al calor del auge económico japonés de los años ochenta, que se hastían y rápidamente vuelven la vista hacia la belleza de lo pobre y austero. Rechaza lo estético del milagro económico de su país y aboga por una ropa “antiglamourosa”, asexual y (en teoría) “anticonsumista”.

De este modo durante una época de moda llamativa de colores chillones y diseños, a veces, histriónicos, Yamamoto decide usar el sobrio negro, las telas raídas, y una humildad que chocaba intensamente con todo lo demás. En realidad, los asombrados espectadores estaban ante la deconstrucción de la moda occidental y la posmodernidad más desoladora. Esta ruptura con los esquemas no fue acogida cálidamente por todos y hubo más de una reacción -heredera del “antiniponismo” que aún pervivía desde los años de la Segunda Guerra Mundial- que calificó el trabajo de Yamamoto y el de Kawakubo como “el Pearl Harbour de la moda”. Hubo incluso quien vio estos diseños directamente con incredulidad ya que, para una industria fundada sobre los pilares del lujo y lo exclusivo, los modelos pálidos, sucios y con cráneos afeitados de Yamamoto, simplemente, no tenían sentido.  Estas ropas eran una auténtica bomba  respecto a aquellas que seguían la tradición europea que se mantenía en las pasarelas, pero incluso sus detractores no podían  negar la carga de creatividad y originalidad que portaba dicha bomba.

Aunque, como decíamos, el primer contacto con Yamamoto y su particular sentido del diseño es siempre, cuanto menos, desconcertante; esta primera impresión no es perenne y tanto críticos como consumidores terminaron en su día por rendirse a sus encantos -y esperamos que los lectores lo hagan después de este artículo. La especial belleza de sus diseños no es solamente celebrada en la actualidad,  sino que también sus primeros trabajos se ven, ahora, como una respuesta a los tiempos en los que se sitúan. Durante los años ochenta podíamos ver cómo, ideológicamente, esta moda respondía a los bruscos cambios sociales (la liberación sexual, el auge del abuso de las drogas, la aparición del VIH…), políticos (el neoconservadurismo que tomaba los gobiernos) y económicos (la recesión que pesaba en todas las economías, a excepción de la japonesa). La respuesta general en el mundo de la alta costura a esta situación casi totalmente globalizada fue por un lado la moda llamativa que todos recordamos, por otro, el punk de Vivienne Westwood, y, por último, el diseño de estos japoneses. Lo cierto es que tuvieron una relación de similitud con el movimiento estético punk con el que tiene en común su sentido crítico, eso sí, sin la provocación ni obscenidad de los punkis. También estas dos corrientes compartían las prendas oversize, raídas, rotas, harapientas, negras… que actualmente son comunes -dudo mucho que alguno de los lectores no tenga, como mínimo, unos  vaqueros rotos- pero en 1980 este tipo de prendas eran propias de los punks de Londres y de los japoneses Kawakubo, Miyake y Yamamoto. El punk gritaba descontento, los japoneses guardaban un silencio aún más atronador. Sin embargo, pese a que la queja era compartida había una diferencia radical entre estas dos posturas: el punk era un grito de rabia y de destrucción, mientras que los japoneses solo hacían gala de una estética antigua -aunque renovadora para los europeos-, la estética zen de lo pobre, lo incompleto, lo viejo y lo humilde.yohji-yamamoto-interview-may-2013-01

Como ya comentamos en un artículo anterior, una de las características más llamativas de los japoneses y sus diseños es que abandonan la esculturalidad sexual occidental del vestido.  Con esto no dejan de lado la tridimensionalidad de las prendas, incluso Miyake crea diseños con una volumetría independiente, si no que los volúmenes no estarán supeditados a la imagen de género tradicional de mujeres con forma de reloj de arena y hombres de hombros anchos. Yamamoto, en particular, creará un volumen no sexual cuya forma, dada por el tejido, volverá a resaltar ese espacio entre el cuerpo y el vestido: el ma que ya explicamos.

Otra de las cualidades de Yamamoto que más ha transcendido es su uso constante del color negro que, más que como un color, se presenta como una ausencia. No es el negro brillante y profundo occidental relacionado con Chanel, con el luto, el lujo,  la dignidad y cierto pathos, se trata, más bien, del negro japonés: un no color que desaparece en la oscuridad relacionado con el secretismo, las conspiraciones y el robo que casi automáticamente se convierte en el color de los intelectuales y las gentes del mundo del arte. A veces incluso añadirá un poco de rojo que dé énfasis al negro y lo torne más oscuro si cabe.  Este sentido de lo oscuro, lo triste y lo sombrío, con ropas pesadas, capas y capas desarrollan el hifu, un “antiestilo” japonés. Siguiendo esta línea la pobreza, e incluso  la mendicidad, se usan en su obra como inspiración estética. Influido por el Arte Povera y por la obra de August Sander, dignifica y otorga el carácter de bello a la miseria. Pero éste uso no es meramente superficial ya que el propio Yamamoto cree que las ropas viejas se adaptan mejor a sus dueños; su uso las transforma y las convierte en representantes de la vida  que se ha compartido con ellas, nuestras manías, modos de vida e incluso las más pequeñas particularidades se ven plasmadas en  unas prendas que tienen memoria y que son un dibujo del tiempo, del nuestro y del suyo.  A éste diseñador le gusta pensar que la mitad de una prenda la construye él y la otra mitad su portador.[2]

Muestra en el V&A Museum. En esta pieza vemos como bebe de la tradición japonesa con una pieza que además de  aplicar una forma rígida e independiente del cuerpo resalta la nuca.

Muestra en el V&A Museum. En esta pieza vemos como bebe de la tradición japonesa con una pieza que además de aplicar una forma rígida e independiente del cuerpo resalta la nuca.

Toda esta oda a la pobreza es una muestra de la carga de la  tradición japonesa que habita en sus diseños y la forma de pensar que los crea, pero Yamamoto es mucho más que un couturier “japonés” y no está alejado de las corrientes occidentales ni de los arrolladores tiempos en los que construye sus diseños. El navegar entre estas dos aguas le lleva a adoptar una postura dual y, en ella,  entra en contradicción. Sostiene creer en unas ropas no perecederas que huyen del ritmo acelerado  contemporáneo y que son tan longevas como su portador al que acompañan toda su vida; sin embargo no debemos olvidar que tanto su empresa como sus diseños se encuentran perfectamente amoldados a la industria textil actual, basada en la obsolescencia y la renovación constante. Esto es algo de lo que Yamamoto es plenamente consciente que trabajando dentro del  negocio de la moda más cara, él vive, principalmente, del consumismo de las féminas de la clase alta. Dedicada a esta preocupación nació en el año 2000 una colección en la que ponía a sus modelos unos jerséis con forma de bolsos como una cita viva de la obsesión de las mujeres jóvenes, y no tan jóvenes, con las prendas y complementos de moda.

Ejemplo de traje masculino. 2014.

Ejemplo de traje masculino. 2014.

Aún con las reticencias que vemos en su obra, Yamamoto es plenamente consciente de su tiempo, y pese a la curiosa personalidad de su trabajo, éste no está, para nada, fuera de lo contemporáneo, y sigue en numerosas ocasiones las demandas y caprichos  de la moda internacional; un ejemplo de esto sería su atención al traje masculino. Los trajes masculinos que apenas habían evolucionado desde finales del siglo XIX, en los años ochenta fueron reinventados por Armani. Claro que, mientras Armani pondría a estos las líneas duras y rectas que se han popularizado, Yamamoto cuando empezó a trabajarlo decidió deconstruirlo incluyendo en sus prendas líneas curvas, blandas, asimetría… Elaboró una parodia para, a su manera,  hablarnos de lo estúpido que puede ser la construcción de la ropa mediante el género, para él las líneas que separan lo masculino de lo femenino son arbitrarias y juega con estas para crear un aire de confusa androginia.

Su personal visión de un polisón.

Su personal visión de un polisón.

La contradicción en  Yamamoto no cesa y el adaptarse a la contemporaneidad no le exime de cometer actos de historicismo, que pueblan sus colecciones, con la inclusión de técnicas herederas del origami, escotes victorianos, trajes de inspiración eduardiana, quimonos, y citas a diseñadores de la década de 1950 y 60 ( especialmente al diseñador español Balenciaga que a su vez se inspiró en los volúmenes del quimono). Podemos verlo como un reciclaje para la alta costura, que lo vemos  no solamente como miradas al pasado, también mira hacia otros ámbitos como es el de la moda popular. Sus diseños en blanco o la ropa deportiva Y-3 que lleva subiendo a las pasarelas desde 2001 en colaboración con Adidas son un ejemplo de esta actividad, además de un esfuerzo para recuperar una marca que en la actualidad no tiene la solvencia económica de la que gozó en sus inicios. Incluso diseñó, en colaboración con Adidas, una camiseta para el equipo de futbol español Real Madrid.

Otra muestra de su permeabilidad a los tiempos son sus colecciones posteriores al ataque terrorista del 11S, y que se exageró tras el inicio de la crisis del 2008, cuando el tono general de sus diseños empezó a tomar un aire lúgubre, cuando no siniestro.

ay3_main031714Dentro del grupo de “The Big Three”, junto con Miyake y Kawakubo, Yamamoto será seguramente el diseñador japonés al que más le guste recuperar cosas del pasado tanto europeo como japonés para usarlas en creaciones modernas, o más bien posmodernas, siendo siempre la quintaesencia de sus recuperaciones el iki, ese sentido de la sofisticación y elegancia del mundo ukiyo (que no deja de tener cierto toque de  eroticidad). Pero por ello su obra no será menos corrosiva, teniendo en mente siempre como objetivo el borrar las líneas de los esquemas tradicionales en cuanto a formas, géneros, alta costura, moda popular… conceptos que jamás constituyeron  una norma para él.

 Notas:

[1] Cita de Yamamoto:

“Creo que la perfección es fea. En alguna parte dentro de las cosas que los humanos hacen. Yo quiero ver cicatrices, fallos, desorden, distorsión. Si puedo sentir esas cosas en los trabajos de otros, entonces me gustan. La perfección es un tipo de orden, como la armonía total y demás…Estas son cosas que alguien las fuerza en algo. Un ser humano libre no desea tal cosa.”

[2] Esta visión es un concepto muy arraigado en la estética japonesa zen.

avatar María Galindo (40 Posts)

Estudió la Licenciatura de Historia del Arte y un Máster de Estudios Avanzados especializándose en Arte Extremo Oriental en la Universidad de Zaragoza. Trabaja como profesora de Historia del Arte, cronista, divulgadora y conferenciante. Actualmente, sigue formándose en la Universidad Complutense de Madrid cursando un Máster de Gestión del Sector creativo y cultural.


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