En un artículo anterior vimos como Occidente conoció uno de los materiales asiáticos que más ha influido, junto con el algodón,[1] en el vestir occidental: la seda. En el que hoy podéis leer nos centramos en el espectacular desarrollo que adquiere esta fibra de origen animal en las telas más lujosas y bellas creadas entre la Antigüedad Tardía y la Alta Edad Media: los tejidos sasánidas.
Mientras el estilo gandhara se desarrollaba en Asia Central, el Cristianismo se difundía por el dividido y agonizante Imperio Romano, y el Budismo se establecía en China, además, Persia recobraba la unidad a través de una dinastía local: la sasánida. Esta dinastía y sus bienes e imágenes dominaron las artes de la Ruta de la Seda , y permanecieron vivas incluso largo tiempo después de su extinción como fuerza política influyendo en el desarrollo de las artes, no sólo textiles, tanto europeas, como norteafricanas y asiáticas.
El Imperio Sasánida (224-637 d.C.) es fruto de una dinastía que, como sus artes textiles, no pudo perdurar en el tiempo debido al ambiente hostil circundante (por desgracia, solo cerca de dos docenas de piezas pueden ser autentificadas con seguridad como persas, muchas en catedrales europeas donde estas sedas eran el material escogido para envolver reliquias). Fundado por Ardashir I (reinó desde el 226 hasta su muerte en el 240), aquel que clamaba ser descendiente de los antiguos aqueménides de Persia, encabezó un movimiento que restauró el mando iraní tras varios años de gobierno seléucida (es decir, griego) y parto. Ya desde los tiempos de este primer líder aparecen las grandes ciudades reales sasánidas, centros militares, administrativos, industriales y comerciales en los que aparecían los lujosos objetos importados por la Ruta de la Seda desde las costas del Sudeste Asiático. Llegaban por esta ruta tanto tejidos de seda, principalmente elaborados en talleres chinos y sirio-fenicios, como seda cruda que se tejía como sarga compuesta siguiendo las técnicas y motivos puramente sasánidas creando una industria rival a la china en ciudades como Susa, Gundeshapur y Shushtar.
Según los principios religiosos zoroástricos, los artesanos se encontrarían dentro de los escalafones más bajos de la sociedad sasánida. Esta situación de desprecio religioso puede suponer un impedimento para el desarrollo de sus actividades. Sin embargo en el caso particular de las tejedurías el gobierno sasánida apoyó y favoreció totalmente su labor. No solo se trataba de una industria rentable a un nivel económico, sino que las piezas textiles que los artesanos producían eran, para las altas esferas de la sociedad iraní, mucho más que unas telas bellísimas o beneficiosas económicamente y se mostraban como estandartes simbólicos de su propia cultura. En ellas estos cortesanos quisieron disociarse de la influencia griega, de sus diseños y motivos, de su concepción de la belleza y, mediante este alejamiento, hacerse independientes artística, cultural, social y psicológicamente. Se acercaban, por contra, a la largamente idealizada época aqueménide y sus artes, sus símbolos y su cultura de la que supuestamente descendían. Reclamaban con estos tejidos la fuertemente deseada caracterización local y su independencia y soberanía respecto a los pueblos que les habían dominado durante siglos (partos y griegos principalmente).
Aunque la realidad es siempre menos pura que los ideales e intenciones políticas, y los artesanos textiles llegaron a dominar un alto nivel de maestría reproduciendo junto con el antiguo repertorio de motivos persas aqueménides, uno nuevo creado a partir de la combinación de las artes de los pueblos conquistados: egipcios, babilonios, medes, sardios…Esta mezcla de tradición aqueménide y nuevas incorporaciones creó un aspecto muy concreto, casi una marca, muy precisa y conocida de gran éxito, debido en parte a la privilegiada localización de Irán entre el área de comercio con China, India, Asia Central y el Mediterráneo.
En estas telas prolifera y se difunde toda una serie de símbolos relacionados con los dioses y su cercana relación con el rey, lo que definía y apoyaba su poder. Dentro de estas iconografías de poder real vemos: formas estilizadas de corona, hojas, pájaros de presa sujetando perlas y granadas, lunas crecientes, el altar de fuego (evolución simbólica de las torres donde ardía el fuego sagrado)… que en su mayoría son emblemas relacionados con distintas y antiguas divinidades de la guerra, la victoria y la luna. A estos se unen las cacerías y árboles de la vida que eran descritos en las rosetas de estuco de Ctesifonte (la capital ceremonial del Imperio Sasánida), que también refieren a las actividades y orígenes reales, y es que, incluso los medallones generalmente circulares (aunque también los habría romboidales) que envuelven las escenas nos refieren a la premisa filosófica de que en el centro del universo se encuentran los reyes sasánidas gobernando ya que, según la visión iraní y zoroástrica, Irán está situado en el centro del universo.[2] Como vemos los signos reproducidos estaban dedicados, mayoritariamente, a los reyes y héroes épicos aunque no siempre de manera tan directa, pues también contemplamos animales, a veces devorándose entre sí, como el senmurv (una especie de grifo persa), el caballo, el jabalí, la gacela, pájaros… la disposición de la ornamentación se disponía de manera vertical, dentro de medallones y de respetando el eje de simetría. Tanto esta disposición, como la ornamentación y su colorido, parece estar inspirada en las pinturas de Asia Central, así como los relieves de Taq-i-Bustan que muestran las costumbres del rey y sus cortesanos.
Dispuestos en orden repetitivo en dos o tres colores -rojo extraído de la cochinilla, amarillo azafrán y cúrcuma y azul índigo- de manera que destacaban vigorosamente sobre el fondo. Las técnicas de sarga y brocados, en principio desarrolladas por maestros tejedores sirios obligados a trabajar en las manufacturas del imperio, dibujaban no sólo en seda, sino también construían con lana tapices de iconografía zoomórfica, principalmente. Cuando la iconografía representaba figuras humanas de la realeza los vemos portando los símbolos de poder que acompañaban a los monarcas: combinaciones de ropas de seda (sólo los nobles tenían permitido llevar seda, y sólo la alta nobleza y el propio rey, seda brocada en oro) y diademas. Estas ropas consistían en pantalones y túnica corta, como la vista en vasos cerámicos sasánidas que también fueron referidos por Ammianus Marcellinus (XXIII,6.84) el cual describe a estos sasánidas cubiertos por prendas brillantes con vivos colores y que gracias a la superposición de prendas, y pese a que dejaban estas abiertas por el frente y por los lados para que ondearan al viento, nunca se veía ninguna parte del cuerpo descubierta.
Durante los cuatrocientos años de reinado sasánida, los persas dominaron la cultura de la Ruta de la seda expresándose a través de los objetos que se integraban en este camino, y siendo fuertemente influidos por los objetos que este les aportaba. El dialecto decorativo que crearon se puede encontrar disperso desde Japón hasta España. Símbolos como el popular león (representación de lo regio, el poder y el prestigio) se dejan ver en las grandes civilizaciones y pequeños pueblos que participaron en cualquier medida de la Ruta de la seda durante los siglos venideros afectando a artes tan dispares como la labra románica o la miniatura.
Los tejidos producidos por estos artesanos persas fueron un objeto de deseo desde el siglo III hasta el X, incluso ya pasado el propio Imperio Sasánida (aunque vemos imitaciones e inspiraciones “pseudosasánidas” hasta la actualidad) y eran consumidos en tal medida que llegan a aparecer leyes suntuarias en diferentes naciones, como Bizancio y China para controlar su compra y consumo. En Occidente fueron todo un artículo de diplomacia política, se asociaron con la santidad cristiana y se incluyeron en las prácticas de adoración de las reliquias por ello estos objetos se trasladaron a templos cristianos y monasterios donde hoy en día se han conservado y gracias a los que se pueden comparar esas piezas junto con otras encontradas tanto en excavaciones de Asia Central, como en tesoros extremo orientales. Podemos encontrarlas en lugares tan dispares como Bizancio, España, Siria, Persia, Sogdiana, China, Japón… con una similitudes remarcables, ya sean piezas originales (en menor medida) o imitaciones de los pueblos Altomedievales, especialmente la España hispanomusulmana o Bizancio. Pero eso ya es otra historia que pertenece a la Edad Media y que veremos en otro artículo.
Para saber más:
Notas:
[1] Pese a su actual popularidad en todo el mundo, el uso del algodón, cuyas primeras referencias escritas se remontan al siglo V a.C. en el Indostán, se restringe prácticamente a la India, con escasa difusión en Occidente hasta la Edad Media (durante la Alta Edad Media en el Norte de África y la Baja en Europa), momento en el que su valor iguala al de la seda. Aunque hemos de señalar que esta planta fue domesticada ya en Perú desde hace unos cinco mil años y que a la llegada de los españoles a América el desarrollo textil de sus pueblos incluía elaborados tejidos de algodón.
[2] La Tierra, según estos, estaba dividida en siete secciones continentales en cuyo centro estaba Kiswar. Kiswar no sólo era la sección central, sino que era la única en la que habían habitado los humanos en orígenes y desde la que habían colonizado las demás secciones.