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This article was written on 16 Abr 2015, and is filled under Crítica, Literatura.

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Reseña literaria: Encuentros secretos.

Portada de la edición publicada por Eterna Cadencia.

Portada de la edición publicada por Eterna Cadencia.

Encuentros secretos es una obra tardía del escritor japonés Kobo Abe, una figura de gran relevancia dentro de las letras niponas de mediados del siglo XX. Además de los premios más prestigiosos (como el Premio Akutawaga, de entrega semestral, que reconoce a los mejores autores emergentes), Abe se ganó también el reconocimiento del público. En 1962, publicó la novela con la que obtendría el prestigio internacional: La mujer de la arena, que en 1964 se adaptaría a la gran pantalla (con un guion realizado por el propio Abe) obteniendo dos nominaciones a los Oscars.[1]

La obra que nos ocupa, comercializada por Eterna Cadencia en una edición sencilla en la que prima el texto por encima de todo (en una traducción, por cierto, realizada por Ryukichi Terao), se compone de tres capítulos, con los enigmáticos títulos de Cuaderno I, Cuaderno II y Cuaderno III, rematados por un epílogo. Esta división responde a motivos narrativos y está íntimamente ligada a la propia trama de la novela, sin ser una compartimentación arbitraria que recogiese los usuales presentación, nudo y desenlace. Obviando estos capítulos, el texto puede dividirse en dos partes que suponen dos obras muy diferentes entre sí.

La primera parte puede considerarse una desconcertante novela que exige al lector entrar en el juego. Una vez lograda esta complicidad, la trama se descubrirá como una inquietante intriga en la que cuestiones como la ausencia de nombres (Abe se refiere a los personajes mediante descriptores) establecerán una identificación completa del lector con el protagonista, quien a la vez adopta el papel del narrador. Gracias a este recurso, la información se dosifica y genera esta empatía que resulta un recurso de vital importancia para el desarrollo de la novela, puesto que no es tan importante el argumento (al fin y al cabo, aunque sorprendente en su ejecución, la premisa no deja de ser una idea muy trillada, especialmente dentro del género detectivesco) sino la manera de conducirlo a buen término.

Es esta búsqueda de la originalidad lo que dota a la novela de una fuerte personalidad y la convierte en una obra singular; sin embargo, no es éste su único rasgo distintivo. La mordacidad y el humor aparentemente absurdo pero cargado de crítica y cuestionamientos sobre el sistema sanitario forman la otra característica fundamental de esta primera parte de Encuentros secretos. En este sentido, puede resultar ligeramente anacrónico, puesto que las referencias al funcionamiento del sistema médico se refieren a los años 70 (la novela original se publicó en Japón en 1977), y parte de estas críticas han quedado demodé.

Sin embargo, la segunda parte transforma completamente la novela, perdiendo parte de su humor y de su tratamiento noir en favor de una obra mucho más oscura, en la que las reflexiones sobre el sexo y sus perversiones cobran protagonismo al tiempo que los acontecimientos se vuelven cada vez más inesperados y se suceden los giros hacia un absurdo cada vez mayor aunque mucho menos hilarante. El cambio, también reflejado en el propio lenguaje y tono de la narración, rompe con la identificación inicial con el protagonista, puesto que los giros que se van sucediendo son tan inverosímiles y fruto de una fantasía vagamente realista que resulta imposible empatizar de manera directa con los personajes, pese a que el sexo sea la causa última de sus motivaciones.

Es además en esta segunda parte donde se percibe el concepto de Abe de ficción científica, estableciendo con verosimilitud tratamientos y avances médicos irreales e imposibles que sin embargo, en su mundo, resultan perfectamente factibles gracias a sencillas explicaciones teóricamente funcionales.

En definitiva, Encuentros secretos es una novela sorprendente, aunque quizás no apta para todos los lectores. Sabe crear una intriga que engancha y mantiene la curiosidad más allá de los ocasionales puntos en los que la narración flojea, bien por ser descripciones farragosas o por tratarse de puntos complejos en los que se necesitarían algo más que descriptores y relativos para aclarar las explicaciones entre personajes. Sin embargo, resulta muy fácil obviar estas dificultades (que, de todas formas, son leves y no suponen un defecto de calidad) si el lector entra en el juego, algo a lo que la novela sabe predisponer.

Notas:

[1] La primera, en 1964, en la categoría de Mejor Película de Habla No Inglesa, y la segunda en 1965, al Mejor Director, Hiroshi Teshigahara.

avatar Carolina Plou Anadón (272 Posts)

Historiadora del Arte, japonóloga, prepara una tesis doctoral sobre fotografía japonesa. Autora del libro “Bajo los cerezos en flor. 50 películas para conocer Japón”.


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