Revista Ecos de Asia

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This article was written on 27 Feb 2018, and is filled under Cine y TV.

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Oda a mi padre (2014) y la difusión de la memoria histórica surcoreana

En los meses que siguieron al estreno de la película Oda a mi Padre (2014), más de 14 millones millones de surcoreanos la visionaron en salas de cine,[1] batiendo récords históricos de taquilla. La película, sexto largometraje del director JK Youn, relata algunos de los momentos vitales más relevantes del anciano Duk-soo, que regenta una tienda en el popular mercado a cielo abierto de Busán, que da nombre a la película en versión original (Gukjesijang).

 

Concebida como un entretenimiento para todos los públicos –a pesar de tener escenas bélicas y alguna que otra de cierto contenido sexual- no resulta extraño entender el éxito de la película, ya que está construida tomando como base un esquema narrativo bastante clásico –en alguna ocasión, hasta arquetípico y predecible-, con el que personas de diferentes generaciones coreanas pueden identificarse fácilmente o, incluso –como el probable que suceda con el público extranjero- puedan aprender sobre la Historia de un joven país como Corea del Sur. Si bien el filme ha sido criticado por alguna escena con arranques de patriotismo, o por idealizar las capacidades y bondades del pueblo coreano, esto no sorprende en una película que ha sido concebida como una épica generacional con la que las personas que vivieron la recuperación y el milagro económico coreano puedan identificarse.

La película da comienzo con unos ancianos Duk-soo (Jung-min Hwang, que interpreta al personaje desde los años 20  hasta la época presente, con una admirable capacidad)[2] y Youngja (Yunjin Kim) aceptando cuidar a sus numerosos nietos para que el resto de la familia se vaya de vacaciones. Rápidamente percibiremos cómo Duk-soo es una persona malhumorada (al punto de que su nieta más pequeña no llega a imaginárselo sin estar enfadado) y obstinada, que se niega a vender su negocio en el cada vez menos popular mercado de Gukje, importunando al resto de comerciantes. Pero, cuando sin querer, su nieta se le suelte de la mano en mitad de una multitud, comenzarán a desatarse una serie de flashbacks que nos llevarán a entender por qué Duk-soo reacciona de determinadas maneras, y cómo llegó a convertirse en el hombre que es.

Así pues, en este primer momento retrocederemos a un momento clave, que sirve de verdadero inicio a la película y que vertebra todos los demás: la huida de la familia Yoon de su ciudad de origen, Hungnam (actual Corea del Norte) ante la inminente invasión de las tropas chinas. Como varios millares de familias, los padres de Duk-soo y sus tres hermanos, abandonaron a toda prisa sus pertenencias y sus hogares, dejando prácticamente vacía una de las ciudades más pobladas del norte de Corea. En medio de la apresurada y masiva movilización, centenares de personas perdieron la vida entre empujones, atropellos y ataques de pánico varios; muchos otros cayeron al agua (golpeándose, ahogándose, o falleciendo por congelación) durante la peligrosa subida al barco americano SS Meredith Victory, que en el último segundo decidió aceptar a más de 14.000 refugiados coreanos, que tuvieron que vérselas para entrar en el barco entre la nieve, el hielo y una ciudad a punto de estallar por los aires.

En la evacuación, al joven Duk-soo (de unos 8 o 10 años) le es encargada la tarea de responsabilizarse de su hermana pequeña, Maksoon, que apenas todavía habla o razona. “No nos vamos al recreo, ni tampoco a divertirnos. Agárrate fuerte. Y no te sueltes.” – advierte Duk-soo varias veces a su hermana, a la que carga a su espalda. En una secuencia estupendamente organizada, narrada y actuada, veremos cómo Duk-soo no será capaz de cumplir su cometido, lo que le marcará de por vida. Casi a bordo del barco, algún desesperado por salvar su vida se agarra de la pequeña Maksoon, que cae al gélido mar y desparece. Rápidamente, el padre se lanza a buscarla –no sin antes hacer prometer a Duk-soo que, sin no vuelve, se convertirá en un responsable cabeza de familia-, pero el barco zarpa antes de que haya noticia de ninguno de los dos. La culpa por la pérdida de su hermana y por la desaparición de su padre, que deja a la familia refugiada a su suerte, sacudirá a Duk-soo durante el resto de su vida, convirtiéndose desde entonces en un modélico y trabajador hijo.

Afortunadamente, la familia Yoon podrá buscar asilo en Busán, donde la hermana del patriarca regenta un pequeño negocio familiar en un mercado al aire libre, mientras que esperan impacientemente que padre e hija regresen. Ahí conoceremos de primera mano las situaciones de pobreza desesperada de la posguerra coreana, así como los prejuicios que tuvieron que soportar los refugiados norcoreanos, percibidos como oportunistas e incluso como traidores comunistas. Trabajando en la calle, Duk-soo no solo conocerá a su mejor amigo y compañero de batallas hasta sus últimos días, Dal-gu (Dal-su Oh), sino que también encontrará a futuras celebridades, como Chung Ju-yung, futuro fundador del grupo de empresas Hyundai. Este es uno de los varios cameos de celebridades coreanas que aparecen en el filme –bastante forzados-, y que seguramente no sean reconocibles por los espectadores extranjeros.

Tampoco son muy conocidos los episodios históricos que siguen en la narración de la vida de Duk-soo. Tras integrarse plenamente en la sociedad de Busán, saltaremos a principios de la década de los 60, donde un Duk-soo que apenas pasa la veintena se ve obligado a trabajar duro para mantener a la familia. Pero cuando su hermano pequeño sea aceptado en la mejor universidad del país –un gran honor para la familia-, nuestro protagonista se decidirá a presentarse a las pruebas de selección para durísimos trabajos de minería en Alemania Occidental, siempre acompañado por su amigo Dal-gu (más interesado en ir a Alemania por las mujeres que por el dinero). Los dos serán escogidos para marchar, con contratos para varios años, al centro de Europa en calidad de gastarbeiter (“trabajador invitado”), dentro de una campaña organizada por ambos gobiernos. Durante la década de los 60, aprovechando el boom económico, el gobierno alemán capitalista quiso mostrar su solidaridad para con los empobrecidos trabajadores de Corea del Sur, ya que ambos países habían sido divididos como resultado de las guerras internacionales. En realidad, se trataba de una manera “moralmente apropiada” de conseguir mano de obra barata para trabajos peligrosos o desagradables, y muchos pelearon por conseguir puestos de trabajo en los que su vida se vería a menudo en peligro o que les ocasionarían graves secuelas, como le sucede a Duk-soo con su trabajo en las minas de carbón. Aunque los coreanos no fueron los únicos gastarbeiter –sin ir más lejos, mucho se ha escrito sobre la inmigración laboral española en Alemania durante esta época, que pudo adaptarse mucho mejor que la coreana-, sí fueron unos de los contingentes más numerosos; más de 10.000 enfermeras y casi 9.000 mineros coreanos trabajaron en Alemania durante este periodo. Este arco narrativo, es, por mucho el más largo y desigual de la película, pero sirve para reforzar la idea del aislamiento en una sociedad distinta, de la diversión y libertades juveniles (tan diferentes en ambos continentes), así como para introducir el arco amoroso, ya que será una de estas enfermeras coreanas, Joungjia, la que se enamore de nuestra protagonista y con la que se case tras una precipitada vuelta a Corea.

Más adelante, encontraremos a la pareja felizmente casada, pero de nuevos con problemas de dinero en la familia, ya que la hermana pequeña de Duk-soo no quiere realizar una boda modesta. Contra las indicaciones de su familia, nuestro protagonista –siempre acompañado de su inseparable amigo- decidirá marcharse a trabajar al Vietnam en Guerra, viviendo, de nuevo, importantes peligros. Aunque no es demasiado conocida, la participación surcoreana en la Guerra de Vietnam incluyó el desplazamiento de más de 300.000 efectivos hasta la zona de guerra (después de Estados Unidos, fue el país que más soldados desplegó en la zona), sin contar los trabajadores civiles, que, como Duk-soo, ayudaron a construir diferentes infraestructuras y fueron también muy numerosos. La experiencia vietnamita, apreciada por un personaje más maduro, repite muchos de los eventos y sensaciones que ya había vivido a lo largo de su vida: un país empobrecido y divididos por los intereses de las grandes potencias de ideologías diferentes, una juventud empobrecida a la que agasajan con chocolatinas Hersey’s (como ya hicieron en Corea los soldados norteamericanos), explosiones de bombas, o incluso evacuaciones forzadas –de nuevo, del ejército chino- de última hora, en las que por piedad se trasladará a un buen número de refugiados. Alguno de ellos, como también se cuenta en la película, viajó hasta Corea y formarían los primeros matrimonios mixtos entre vietnamitas. La participación coreana en Vietnam supuso no solo un lavado de cara frente a sus aliados del bloque capitalista, sino que conllevó la decisiva inyección de ingresos que necesitaba la economía del país, y a ella se debe buena parte del éxito económico de Corea del Sur en las últimas décadas. Este hecho, a veces vergonzosamente omitido de muchas historias oficiales, es relatado con bastante neutralidad en la película, y seguramente sea un gran descubrimiento para muchos.

Por último, ya de vuelta en Busan, Duk-soo, Joungya y sus cada vez más numerosos hijos atenderán con gran atención a un gran evento televisivo. En 1983, la televisión oficial surcoreana, la KBS, lanzó un programa para intentar reunir a familias separadas durante la guerra hacía al menos 30 años. Niños perdidos que no recordaban sus apellidos, adultos a los que nunca les fue permitido volver, o incluso muchos otros que acabaron buscando refugio en el extranjero (especialmente en los Estados Unidos), participaron en este popular y emotivo programa, con la esperanza de encontrar a esos familiares perdidos en las batallas y evacuaciones. Renace entonces en Duk-soo y su madre un olvidado anhelo por encontrar a su ya anciano padre –algo improbable- y a aquella hermana, Maksoon, que fue arrancada –literalmente- de la espalda de su hermano. No queremos desvelar al potencial espectador todos los entresijos de la película, pero sí es digno de mención que este programa ayudó a reunir en directo, mediante descripciones y recuerdos, a más de 10.000 familias en apenas unos meses, convirtiéndose en uno de los hechos de la historia reciente más importantes del país. Con un share de casi el 80%, es todavía un recuerdo imborrable en la memoria de muchos surcoreanos y, de hecho, las grabaciones han sido enviadas a la UNESCO por su gran valor histórico y personal.

Por último, la película regresa al presente, en donde nos encontramos al protagonista rodeado de sus nietos y absorbido por dudas existenciales. Sin duda, el recuerdo de los hechos de toda una vida, le hará tomar las decisiones adecuadas.

Como se desprende del argumento, Oda a mi padre es una película melodramática, salpicada por momentos de agradable nostalgia e incluso de humor (especialmente, las secuencias protagonizadas por el amigo Dal-gu), que se combina con secuencias complicadas de acción y de tremenda angustia, como las evacuaciones de Hungnam y Vietnam. Destacan la mayor parte de las actuaciones –especialmente la del protagonista, al que vemos pasar muy diferentes edades-, así como la caracterización histórica en vestuario y escenarios; únicamente se aprecian fallos de profundidad en el guion, ya que no se explica el cambio de carácter del modélico y comedido Duk-soo hasta su espontánea y visceral senectud, o algunos acontecimientos históricos que son incluidos de manera algo forzada. No obstante, y a pesar del mencionado tono patriótico, no deja de ser una película en la que está presente cierto tono de denuncia social, reivindicado algunos de los aspectos de un país que hasta hace no tanto tiempo fue olvidado y ninguneado por las grandes potencias. Así pues, por poner un ejemplo, uno de los trabajadores del mercado de Busan donde se desarrollan buena parte de las escenas, explica a Duk-soo que no puede volver a casa tras la división de Corea y el discurso de proclamación del armisticio por parte del presidente Syngnam Rhee: “No puedes volver a casa. Como nuestro país es débil, vinieron otros países, y son ellos los que nos dividen”. Esta misma idea se percibe en la reivindicación de los olvidados gastarbeiters, o de la olvidada participación coreana en la Guerra de Vietnam.

En definitiva, Oda a mi padre resulta una de las más efectivas producciones coreanas de la última década, un filme histórico planeado a manera de retablo con diferentes cuadros históricos de la Historia reciente de Corea del Sur, esencial para aquellos que deseen acercarse a ella o incluso recordarla de una forma agradable y no en exceso cruda o lacrimógena. Si aceptamos el pacto de ficción por el que una sola persona o familia (como ya sucedía en productos tan exitosos como Forrest Gump, o, por mencionar un caso patrio, Cuéntame cómo pasó) viva buena parte de los puntos relevantes de la historia coreana de las últimas décadas, encontrarán una película que hará las delicias y conmoverá los corazones de la mayor parte de sus espectadores, con buenos actores, buena música, y, sobre todo, con buenas historias que recordar.

Para saber más:

Traíler de la película en YouTube (en español):

 

Nota:

[1] Para indicar su nivel de éxito, téngase en cuenta que un taquillazo como Ocho apellidos vascos, “solo” registró algo más de 10 millones de espectadores. A las cifras oficiales habría que sumarle el éxito de Oda a mi padre en Estados Unidos, donde hay una comunidad de ascendencia coreana muy importante.

[2] El actor es ya un viejo conocido para los lectores de Ecos de Asia, que pudieron leer sobre él en reseñas de películas como New World (2013), Veteran (2015) o El extraño (2016). A su partenaire en la ficción, interpretada por Yunjin Kim, es probable que la recuerden de la serie Perdidos (2004-2010).

avatar Marisa Peiró Márquez (145 Posts)

Marisa Peiró Márquez (marisapeiro@ecosdeasia.com) es Doctora en Historia del Arte por la Universidad de Zaragoza. En esta misma universidad se licenció en Historia del Arte y realizó el Máster en Estudios Avanzados de Historia del Arte, así como el Diploma de Especialización en Estudios Japoneses. Se especializa en el Arte y la Cultura Audiovisual de la primera mitad del s. XX, y en las relaciones artísticas interculturales, especialmente entre Asia y América Latina (fue becaria del Gobierno de México), con especial interés en el Sudeste Asiático y en Oceanía.


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