Revista Ecos de Asia

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This article was written on 16 Ene 2017, and is filled under Historia y Pensamiento.

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Roda al món i torna al Born: crónicas burguesas de una vuelta al mundo VIII. Japón y el final del viaje

Retomamos, por última vez, los avatares de la vuelta al mundo de Oleguer Junyent. A lo largo de esta larga serie, hemos tenido ocasión de hablar sobre el artista y su viaje, las consecuencias materiales que tuvo ese viaje, su visita a Egipto e India, su escala en Ceilán, su breve estancia en Filipinas, sus impresiones sobre China y su paso por Corea. Con el presente artículo, concluimos el periplo ocupándonos de la estancia que realizó en Japón y, más brevemente, del viaje de vuelta a través de los océanos y el continente americano.

Japón fue, junto con Egipto e India, uno de los lugares que dejó mayor huella en Junyent, si bien se trató de una impresión que nunca manifestó en el campo estético, permaneciendo alejado del japonismo, que, por otro lado, en las primeras décadas del siglo XX ya había decaído en popularidad. No obstante, a pesar de que no se materializase artísticamente, a través de las reflexiones que Junyent vierte en Roda el món i torna al Born puede percibirse la importancia que esta parte del viaje tuvo como experiencia vital para el escenógrafo.

El recorrido comenzó de manera improvisada, gracias a una recomendación que les hizo (recordemos que Junyent viajaba acompañado de su amigo, Mariano Recolons) un artista europeo afincado en Japón, al que conocieron en el barco que les llevaba al archipiélago nipón. Este personaje anónimo les indicó que debían incluir dentro de su visita al País del Sol Naciente una excursión a Miyajima, uno de los tradicionalmente considerados como tres paisajes más célebres de Japón.

Puede resultar sorprendente, en cierta medida, que en el viaje planificado por Junyent no se contemplase la visita a este enclave, dado que el santuario de Itsukushima, así como uno de los torii del templo, situado sobre el mar, constituían un tema muy recurrente en el arte japonés, de modo que, con la importación de objetos artísticos japoneses que demandaba el japonismo, esta vista representativa se convirtió en un icono fácilmente reconocible para el público occidental.

Detalle de una acuarela realizada por Junyent en uno de los templos visitados.

Detalle de una acuarela realizada por Junyent en uno de los templos visitados.

No obstante, la visita a Miyajima es breve, y pronto se desplazan a Kioto, en un trayecto que deja a ambos viajeros agotados y con una necesidad extrema de un descanso, en forma de reparador sueño. A la mañana siguiente, tal como dice Junyent, ya se encuentran por fin en Japón.

En Kioto, su estancia se prolonga durante dos semanas, en las que pueden disfrutar de la ciudad, así como de numerosos espectáculos de todo tipo: bailes de geishas, exposiciones de crisantemos y representaciones de teatro. Ya en los comentarios que realiza describiendo el ambiente que se respira en la ciudad, Junyent muestra la admiración y un entusiasmo casi infantil. Prueba de ello puede ser este fragmento:

Los puentes son de aquellos que hay en todos los dibujos japoneses, pero son todavía más curvos, más rojos, más vistosos y más, mucho más pintorescos que en las obras de los grandes artistas que han glorificado su tierra, abriéndola al deseo extranjero, antes de la gran evolución de los nipones.[1]

Esta cita resulta especialmente representativa, puesto que resume a la perfección el proceso por el que pasó Japón durante el Periodo Meiji (1868 – 1912), lo cual demuestra que los viajeros, como hombres cultivados, tenían un conocimiento previo de Japón mayor que de otras regiones que habían alcanzado en su viaje.

En el capítulo dedicado al Japón, Roda el món… no se aleja de la tónica habitual de otros libros de viajes realizados durante el japonismo, en los que se evidencia una admiración reverencial ante la cultura tradicional nipona, que cautiva a los visitantes de tal modo que parecen incapaces de ver más allá de la maravilla que se extiende ante sus ojos. Sin embargo, el discurso de Junyent varía ligeramente con respecto a los de otros viajeros, ya que se muestra mucho más reticente a la modernización que en pocas décadas ha alterado radicalmente la nación japonesa. Esto resulta especialmente evidente en pasajes como el dedicado a Yokohama, donde Junyent se muestra reacio ante la contemplación del mayor puerto de Japón, por tratarse también de la ciudad más occidentalizada de las que habían tenido ocasión de visitar.

Detalle de una representación teatral, dibujada por Junyent.

Detalle de una representación teatral, dibujada por Junyent.

Sin embargo, Junyent disfrutó enormemente con las representaciones teatrales a las que pudo asistir, tal y como atestiguan no solo su propia palabra escrita, sino también la multitud de dibujos y bocetos que acompañan a la publicación, y que presumiblemente fueron una selección de los mejores que el artista realizó durante su asistencia a las representaciones. Ya los telones de los teatros provocan en Junyent la necesidad de ofrecer pormenorizadas descripciones, más detalladas que algunos de los lugares que visitó en etapas previas del viaje. De hecho, buena parte del capítulo la ocupan sus comentarios (entre descriptivos y educativos) de las representaciones de teatro popular (kabuki) y clásico (noh), mientras que el paso por Nikko, Tokio y Yokohama queda relegado a un pequeño apartado, mucho más breve que el dedicado a las artes escénicas.

Parte de la animadversión que Junyent demuestra sentir por Yokohama puede deberse también, en cierta medida, a que es el lugar donde considera que comienza “el regreso” a casa. Así titula el siguiente capítulo, en el que relata su salida de Japón, la travesía transpacífica, el recorrido por Canadá y Estados Unidos y la definitiva vuelta a casa, que comienza describiendo así:

al aproximarnos hacia la [nuestra] tierra, nos separemos de las que motivaron toda la ilusión del viaje; aquella India pomposa, grande […]; del Japón en el que vivimos como en sueños […][2]

A diferencia de lo que podría parecer natural, tras cruzar el Pacífico, Junyent y Recolons desembarcaron en Canadá, para iniciar el recorrido a través del continente americano desde su país más septentrional. Esta ruta hace que su paso por la región occidental de Canadá sea una larga travesía en tren entre parajes nevados, que permite a Junyent sumergirse nuevamente en reflexiones sobre la naturaleza de su viaje. En este punto, destaca especialmente el factor climatológico, ya que, a diferencia del grueso de los turistas que podían permitirse hacer este tipo de viajes, Recolons y él mismo habían optado por planificar su viaje sin esquivar los momentos climatológicos más extremos de cada región visitada. Así, desde el calor extremo experimentado en Egipto y, especialmente, en India, hasta el frío que les acompaña por todo su recorrido en América, Junyent y Recolons sentían que podían participar más del “carácter local” de cada lugar visitado.[3]

Una de las imágenes del frío invierno canadiense realizadas por Junyent.

Una de las imágenes del frío invierno canadiense realizadas por Junyent.

También aprovecha estas reflexiones para explicar los motivos que les llevaron a decidir tan atípica ruta, y es que Junyent considera que los Estados Unidos ofrecen tantas cosas que conocer que merece la pena reservar ese destino para adentrarse en él en profundidad de manera exclusiva.

De este modo, disfruta de las imágenes de lujo y progreso que les ofrece Canadá, destacando con palabras elogiosas el servicio ferroviario, particularmente, el de la compañía Canadian Pacific, capaz de enlazar Vancouver y Winnipeg (dos ciudades separadas por más de dos mil kilómetros) en un trayecto de apenas tres días, y sin perder por ello todas las comodidades de un lujoso tren, que disponía incluso de un servicio de prensa diaria, en el que se recibían las noticias por vía telegráfica y se imprimían los ejemplares en el propio tren. No solamente los trenes, también destaca los acogedores hoteles que les han acogido en las ciudades de nueva creación, que en pocas décadas han conseguido asentarse como núcleos urbanos relevantes y definidos.

Sin embargo, cuando Junyent queda verdaderamente extasiado por la modernidad y el cosmopolitismo es al cruzar la frontera de los Estados Unidos. La primera incursión, en Chicago, resulta especialmente inspiradora para Junyent, ya que se prodiga en incluir en su relato fragmentos de la historia de la ciudad con descripciones, que realiza basándose más que nunca en los paralelismos con las ciudades europeas que resultan bien conocidas para los lectores, entre las que destaca las menciones a Madrid y Barcelona. Esta comparativa, más allá del fin ilustrativo, es ante todo un mecanismo que permite asimilar la magnitud del poderío estadounidense, y no se limita a Chicago, sino que se refiere en los mismos términos a buena parte de las ciudades que visita en la mitad oriental de América, desde Toronto o Montreal hasta la propia Nueva York. Incluso en sus visitas a enclaves naturales, como las Cataratas del Niágara, el tono de Junyent se mantiene en esta misma línea, incluyendo gran cantidad de cifras y datos, y encontrando siempre un motivo para admirarse del progreso (en el caso de las Cataratas, esta admiración se dirige al sistema ingeniado para el aprovechamiento de las fuerzas del salto de agua).

Reproducciones a color de algunos dibujos de Junyent que muestran el lujo del Lusitania.

Reproducciones a color de algunos dibujos de Junyent que muestran el lujo del Lusitania.

El último hito de esta larga vuelta al mundo es la travesía transatlántica, que nuestros viajeros realizaron a bordo del buque Lusitania, que posteriormente protagonizó un trágico episodio, al ser hundido por un ataque alemán y propiciar la entrada de Estados Unidos en la Primera Guerra Mundial en 1915. Junyent ensalza el lujo del buque, al que dedica también algunos dibujos. No obstante, a partir de su llegada a Europa, el viaje pierde todo interés para el artista, convirtiéndose en un mero trámite hasta llegar a casa. Tanto las escalas en Londres y París como el último trayecto son tratados con superficialidad, casi con desgana, por suponer la parte más amarga del viaje: el final, la vuelta a casa, la certeza de que todo ha acabado y las maravillas conocidas han quedado atrás. Aun así, Junyent aprovecha esta última parte del relato para hacer un pequeño balance, recapitulando las impresiones que le causaron los diferentes lugares visitados.

Finalmente, tras once meses de viaje, Oleguer Junyent tornaba al Born y cerraba el círculo. A modo de conclusión (literalmente, pues es la última frase del relato), Junyent acuñaba la frase que era a la vez su consejo y una filosofía vital: “Roda el món… i torna al Born”.[4] Con esta declaración, que pronto se convirtió en una expresión popular, Junyent resumía no solo su viaje, sino su propio espíritu viajero, y condensaba las enseñanzas que destilaban las últimas líneas de su obra: que viajar es una necesidad imperiosa del ser humano, para permitirle conocer y comprender realmente cómo es el mundo. El viaje posee el valor intrínseco del crecimiento intelectual, suponiendo una herramienta para adquirir conocimientos, imposible de sustituir por otras vías. Pero, si viajar es importante, tanto o más lo es volver al hogar, reencontrarse con sus raíces y tener un espacio en el que poder poner en práctica lo aprendido y sacarle genuino beneficio.

Este final, en cierto modo, anticipaba el cambio que experimentaría Junyent con la madurez, cuando pasó de viajero empedernido que se embarcaba en aventuras como la que hemos desgranado a hombre arraigado en su tierra, que apenas abandonaba para pasar estancias en Mallorca y Gerona. No obstante, tampoco resulta un cambio tan extraño, viniendo de una persona que ya había recorrido el mundo.

Detalle de la página final de Roda el món i torna al Born.

Detalle de la página final de Roda el món i torna al Born.

Con esta serie de artículos, hemos intentado acercar al gran público una de las facetas más fascinantes de una personalidad poco conocida, que quedó a la sombra de los grandes nombres del Modernismo y del Novecentismo. Son pocos los estudios que se han hecho sobre Oleguer Junyent, apenas una biografía y una edición de Roda el món i torna al Born de los años ochenta que incluye un prólogo introductorio, muy breve. Aparte de eso, un par de exposiciones póstumas y algunas menciones, aquí y allá, en obras colectivas. Es por ello que existe todavía una necesidad de reivindicar al personaje, de darlo a conocer y de convertirlo, por fin, en un nombre que resulte familiar en su contexto. Esperamos que esta serie de artículos haya contribuido a tal fin, y haya supuesto un pequeño granito de arena en la consecución de este objetivo.

Para saber más:

  • Anónimo. “Oleguer Junyent i Sants”, Gran Enciclopedia Catalana. Disponible online aquí.
  • Fàbregas, Xavier y Peypoch, Irene, “Prólogo”, en Oleguer Junyent, Roda el món i torna al Born, Barcelona, Edicions de la Magrana, 1981.
  • Junyent, Olaguer. Roda’l món i torna al Born, Barcelona, La Ilustración Catalana, 1910.
  • Miralles, Francesc. Oleguer Junyent, Barcelona, Cetir Centre Mèdic, 1994.
  • Plou, Carolina, “Roda el món i torna al Born. Aproximación al viaje y a la obra de Oleguer Junyent”, en III Congreso Virtual sobre Historia de la Caminería. Jaén, 15 al 30 de septiembre de 2015, Jaén, Revista Códice, 2015. Disponible online aquí.
  • Plou, Carolina, “La India: turismo, experiencia personal e imagen en la obra Roda el món i torna al Born, de Oleguer Junyent”, en Revista Indi@alogs, volumen 3, Barcelona, Universitat Autònoma de Barcelona, 2016. Disponible online aquí.

Notas:

[1] Traducción del original catalán por la autora. Junyent, Oleguer, Roda’l món i torna al Born, Barcelona, La Ilustración Catalana, 1910, p. 278.

[2] “La Tornada”, Junyent, O., Roda’l món… op. cit., p. 329.

[3] Ibídem, p. 333.

[4] Ibídem, p. 388.

avatar Carolina Plou Anadón (272 Posts)

Historiadora del Arte, japonóloga, prepara una tesis doctoral sobre fotografía japonesa. Autora del libro “Bajo los cerezos en flor. 50 películas para conocer Japón”.


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